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Hell or High Water es una película narrativa en sentido clásico. Y es, además, una película de género, con el gran mérito de hacerse cargo de ello. Utilizando todos los elementos del western de manera esquemática, sin psicología ni subtramas, la película relata la empresa de dos hermanos que se organizan para robar una serie de bancos y así juntar la plata necesaria para no perder el terreno de uno de ellos, en el que secretamente acaban de descubrir petróleo. Mientras ambos intentan cumplir ese objetivo —uno cerebral para el delito (Chris Pine), el otro absolutamente pulsional (Ben Foster)—, son perseguidos por dos policías texanos que encarnan ambos extremos del estereotipo norteamericano, el europeo y el nativo (Jeff Bridges, Gil Birmingham). Se trata de una clásica persecución que progresa hasta el duelo final y la aceptación del sacrificio en la que resurge el maniqueísmo débil del western, aquel que configura una línea entre bondad y maldad difusa y, sobre todo, absolutamente intercambiable, porque los hombres actúan de forma automática, por deber y honor al lugar que les tocó arbitrariamente. Cumpliendo con sus obligaciones, Bridges y Birmingham esperan a los ladrones en una cafetería del interior de un Estados Unidos devastado. Están frente a la sucursal del banco que creen será la próxima en ser atacada; quieren atraparlos rápido para poder volver a casa. Durante la espera hacen chistes sobre bancos, la forma vil en que proceden y su responsabilidad en la debacle de Texas, sin que aparezca en ellos reflexión alguna acerca de su trabajo como policías. “Esos son los verdaderos ladrones”, dice el personaje de Birmingham, y ambos se ríen.
Hell or High Water se sirve del western con sinceridad, sin intentar modificarlo para volverlo políticamente correcto. De hecho, a diferencia de los westerns que resurgieron últimamente, la película mantiene la idea del mundo masculino, un mundo destinado a hombres y mayormente hecho por ellos. Y eso está bien en el sentido de que nos muestra una creencia todavía vigente, en vez de representar una inclusión falsa por medio de imágenes. Un mundo de hombres donde estos, abatidos por la economía, se dan cuenta de que ni siquiera su hombría es capaz de salvarlos, aunque se aferran a ella como lo último que les queda (como demuestra el grupo de civiles texanos que sale a matar a los ladrones por cuenta propia y con sus armas domésticas).
La opción genérica en esta película retoma, además, la imagen del desierto. Un desierto que no alude a tierras alejadas de los centros urbanos ni a nostalgias de mundos futuros, sino a polvo y olvido, a lo que ya no crece. Un escenario concreto, con su atmósfera real y la sensación de que el tiempo pasa inútilmente, donde la tierra prometida no hizo más que avanzar en círculos. Hell or High Water confirma así una confianza absoluta en la tradición, la misma confianza que demuestra la foto en Imdb del director David Mackenzie en la que ostenta un sombrero de cowboy y una camisa a cuadros abierta en el pecho, con el pelo rubio un poco largo levantado por el viento. No se sabe mucho de Mackenzie, pero en su corta filmografía aparecen dos películas recientes en posproducción, anunciando que quizás Hell or High Water sea, de manera justa, la que lo consagre dentro de la industria, porque de eso se trata el western: de una justicia que escapa a lo humano y a lo divino, que es inexplicable.
Hell or High Water (Estados Unidos, 2016), guion de Taylor Sheridan, dirección de David Mackenzie, 82 minutos.
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