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House of Cards

Netflix

CINE y TV

Mejor dejarlo en claro de entrada: lo estrictamente novedoso del drama político House of Cards viene más por el lado de su producción y distribución que por el de su propuesta narrativa. ¿Por qué? Porque es de las primeras series hechas por el canal virtual Netflix, suerte de videoteca online y ahora productora de contenidos, y porque su primera temporada estuvo íntegramente disponible el mismo día, lo que rompe con una de las reglas de oro del género, como es la frecuencia semanal que obliga al espectador a hacerse un torniquete y aguantar la intriga hasta la semana siguiente (aunque hace tiempo ya que casi nadie ve series de ese modo). Más allá de eso, House of Cards, remake de la serie de la BBC de principios de los noventa –pergeñada en su versión 2013 por David Fincher, quien filmó los primeros dos capítulos, los que sientan los lineamientos estéticos, y Beau Willimon, quien firma los guiones de casi todas las entregas–, es un relato que exuda clasicismo de alta gama, un drama político en el que hay tragedia pero también rutina de mundo laboral. Frank Underwood (Kevin Spacey) es diputado, jefe de la bancada demócrata, y acaba de sufrir uno de los grandes desaires de su carrera al no ser nombrado secretario de Estado por el presidente demócrata recién asumido. Y ahora se viene su desquite, su represalia. Todo esto lo sabemos porque Frank nos lo cuenta directamente, con un inconfundible acento sureño; y ese cara a cara con el espectador, además de dejar en evidencia el artificio narrativo, marca el único momento en que Frank deja de mentir y manipular a los otros personajes para hacerlo con el espectador y tenerlo de su lado, bajo un manto de complicidad urdido a medida que nos va tirando la posta.

A diferencia de la otra gran ficción política de los últimos años, Boss, de Gus Van Sant, protagonizada por el alcalde de Chicago, House of Cards es más compleja y sutil, menos efectista y melodramática. Tal vez tenga que ver con que no se trata de una serie ejecutiva, sino eminentemente legislativa, con preeminencia de la rosca, la compra de voluntades, las operaciones cruzadas, el armado de consensos, el toma y daca y las serruchadas de piso; en otras palabras, todo lo que hace al poder que se teje en los pasillos y despachos del Capitolio. Apuntalado por la presencia de Spacey, el otro pilar de la serie es el personaje de su mujer, Claire (Robin Wright). Sólo por asistir a los vaivenes y los pliegues de ese matrimonio añejo la serie paga el tiempo invertido (y, por qué no, también el abono de un mes a Netflix). La sociedad conyugal como una maquinaria de afecto, eficacia y lealtad; el matrimonio como unidad política fundamental. Eso viene a recordar, con maestría, House of Cards.

 

House of Cards, guión de Beau Willimon, dirección de David Fincher, Media Rights Capital / Netflix, 2013.

 

 

18 Abr, 2013
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