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Mr. Robot

Sam Esmail

CINE y TV

En el centro de Mr. Robot hay una conspiración hacker dispuesta a resetear el estado financiero del mundo. Ese atentado anticapitalista está narrado con un nivel de meticulosidad técnica que en algún momento de los primeros capítulos de la primera temporada se vuelve definitivamente abstracto y, por lo tanto, completa su ciclo de transformación en mera excusa argumental. Entonces arranca la verdadera serie, esa que narra el formateo cultural de una generación a la que en los años ochenta —y por falta de información o simple desidia— solía llamarse (despectivamente) “nerd”; y Mr. Robot viene a decirnos que estamos (todos) en manos de estos seres extraños, hostiles casi siempre, que han aprendido el arte secreto de la programación de la realidad y decidido, después, darle la espalda al mundo. Mr. Robot narra la adquisición de una creencia, una fe, y su puesta en práctica a través de un mesianismo destructor; el nacimiento de una magia negra capaz de manipular a voluntad las formas más impredecibles del caos, con el poder de transformar nuestras vidas en variables matemáticas reprogramables a su antojo. El vaivén esquizofrénico de la serie —con viajes abruptos, silenciosos y perturbadoramente bellos a la mente de su protagonista— es (no nos engañemos, por favor) un paliativo que Sam Esmail, showrunner kamikaze e instintivo, nos ofrece de vez en cuando para mitigar la angustia que cada capítulo de Mr. Robot administra como en un espacio de fases. “Fsociety”, “Evil Corp.”, “Allsafe”, “Dark Army” son todos motes de una misma presencia oculta e innombrable, la oscura categoría global que les pone un nombre (porque lo que no tiene un nombre es demasiado horroroso para ser tolerado) a los agentes invisibles de la desintegración algorítmica del mundo. Mr. Robot es el primer intento artístico de la cultura popular de este siglo por narrar el desplazamiento de un sistema desde el orden hacia el caos, y decimos “artístico” porque su estética acrílica, sumamente incómoda (con encuadres crispados e inusuales, una enrarecida ambientación musical e interpretaciones actorales febriles y cínicas al borde de la jactancia psiquiátrica), inaugura una suerte de “expresionismo informático” que, suponemos, va a ser imitado hasta la extenuación. Y el error que probablemente vaya a cometerse (arriesgamos también) será el de considerar Mr. Robot un manifiesto tecnoanarquista con cáscara fashion, un “freak show” llamativo por lo fascinante de la subcultura a la que se asoma, o el mero acierto circunstancial de alguien que supo leer la inquietud del mundo en el momento preciso y desde la óptica adecuada. Probablemente Mr. Robot es todo eso, pero también es mucho más. Sam Esmail ha hecho una película de terror en episodios, le ha puesto rostro y voz a la pesadilla por venir (notable, arriesgadísimo Rami Malek) y ha logrado, como alguien pidió una vez, “reunir una técnica violenta con una imaginación demente”. El futuro, parece, tiene ojos saltones ahogados en brillos de monitor y, lo que es peor, habla solo o con alguien a quien no podemos ver.

 

Mr. Robot, creada por Sam Esmail, Universal Cable Productions, 2015 – .

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