Letras gauchas transmuta, desde su título, la “literatura”, o la “poesía”, o el “género” en letras, y la “gauchesca” o lo “gauchesco” en gauchas. ¿Vuelve por esto Julio Schvartzman a entreverar eso que Borges había deslindado para siempre, la poesía gauchesca con la gaucha? En absoluto, y antes bien todo lo contrario: explota al máximo todo lo que Borges pero también Martínez Estrada, después Rama, y más hacia acá Ludmer y Lois, leyeron en el género para enrarecer nuestra mejor tradición de lectura. La medular articulación de la oralidad de los personajes y locutores gauchos con las operaciones de escritura, que detecta en el surgimiento mismo del género y que sigue minuciosamente en la parábola que va hasta el Martín Fierro, es la hipótesis fuerte desde la que Schvartzman invita a revisar la idea de la gauchesca como un pacto en el que voz y letra tendrían funciones y sujetos fijos (la voz asociada a la cultura oral; la escritura, a la cultura letrada). Letras gauchas no sólo impugna así, una vez más, la inviable tesitura telurista, sino que perturba también, al modo de un suplemento, nuestras más lúcidas teorías del género como alianza de culturas. Perturba, dije, no refuta: porque, atenta a registrar siempre que “lo otro –la distribución clásica de voces– también está”, la revisión apunta, antes que a la polémica, a iluminar esas zonas de ambivalencia en las que algo del orden del “enrarecimiento” tiene lugar.
El método tiene en sus mejores momentos mucho de filológico. Sólo que, contra el rigor ortodoxo y nacionalista que busca establecer orígenes de sentido, la filología deconstructiva de Schvartzman, menos arqueológica que política, opta por hacer jugar los sentidos flotantes e históricos de esas letras y por atender a los sujetos sociales a los que remiten. Ejercita, para esto, un oído muy agudo: uno que sabe escuchar, por ejemplo, variaciones del malentendido intencional de la tradición oral argentina, o resonancias de las consignas callejeras de 2001, pero también uno que lee y escucha –no para responder al imperativo del presente, sino simplemente porque las lleva en la memoria– con la poesía de Lamborghini, la lengua de Saer, las lecturas de Walsh o los gestos iconoclastas del rock.
Hay hallazgos múltiples en el libro. Recomiendo empezar por el epílogo, una microteoría sobre el equívoco como vía privilegiada para entrar en los clásicos y también un testimonio sobre las potencias de sentido reservadas en los encuentros iniciáticos con la palabra escrita. Si últimamente tenemos la impresión de que en las aulas la gauchesca se va volviendo, cada vez más, un texto escrito en otro idioma, estas primeras letras gauchas, además de derrideanas, arrojan un plus no pedagógico sino, en un sentido más primario, alfabetizador: habilitan la pregunta por la vida que puede seguir teniendo hoy la lengua de la gauchesca y la hacen hablar, situándose entre sus prolongaciones o sus restos, como sólo puede hacerlo un lector –alguien– que viene del siglo XXI.
Julio Schvartzman, Letras gauchas, Eterna Cadencia, 2013, 576 págs.
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