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En este volumen, Eduardo Berti seleccionó y Martín Schifino tradujo algunos de los muchos cuentos escritos y publicados por el neoyorquino Stephen Dixon, hasta ahora poco conocido en castellano. Con textos producidos entre los años setenta y fines de los ochenta del siglo pasado, todo el libro puede leerse como una pieza coral donde las múltiples señales de una misma ciudad enrarecida se filtran por ámbitos físicos siempre permeables entre sí.
Ese es quizá el tono general, la primera impresión de lectura. Otra más insistente y duradera es que en estos cuentos se pone en juego una figura bien contemporánea: a pesar de que todos fueron escritos antes de la era de Internet, el paradigma de la conexión y su condición imperativa dan forma a casi todas las anécdotas y los conflictos del libro. Por eso las comunicaciones y sus instrumentos técnicos, muchos de ellos hoy amenazados de obsolescencia por el avance de la web y el orden digital (en particular teléfonos y cartas, pero incluso la propia voz humana sin mediaciones, en forma de diálogos, gemidos o gritos), parecen protagonizar los relatos y condicionar sus resoluciones. Lo cierto es que los personajes están condenados a comunicarse o a permanecer conectados, y están los que afanosamente quieren insistir en conexiones insostenibles y los que quieren renunciar a la comunicación sin poder hacerlo. Van desde el novio obstinado que no acepta cortar con su novia hasta los suicidas absurdamente frustrados por coacciones inmanejables; desde las víctimas literalmente conectadas a la máquina hospitalaria y a los caprichos de sus agentes hasta quienes son perseguidos por la voz represiva del padre muerto; desde los seres beckettianos agotados de reescribir cartas que tratan de enunciar un “adiós” definitivo hasta quienes persisten neuróticamente en una escena traumática sin lograr desprenderse de ella. Todos son hijos de una ciudad en la que casi siempre fracasan, sin obtener siquiera el alivio que en ocasiones prometen la autoconciencia, la reflexividad o la ironía.
De diversas maneras, en estas ficciones hay un espejo deformado de nuestras vidas en un mundo contemporáneo que con demasiada frecuencia nos condena a lo fantasmático: como estos personajes, necesitamos descansar de los ruidos y los condicionamientos, encontrar algún tipo de quietud que nos haga mejores de lo que somos, pero no podemos desconectarnos de una red de constricciones que está poblada de paranoias, neurosis y sospechas colectivas. Por eso mismo, el tono de estos relatos podría ser dramático, abiertamente crudo —y sin dudas lo es en gran medida—, pero finalmente resulta ser algo más parecido al implacable realismo del chiste, y cuando nos sorprendemos angustiados por el panorama que Dixon abre a nuestra lectura, podemos consolarnos recurriendo a las reveladoras palabras de uno de sus personajes, atajo agridulce para acercarnos a algún tipo de comprensión: “quizá es una broma, una broma en la que caímos incluso peor ahora que nos la hemos tomado tan en serio”.
Stephen Dixon, Calles y otros relatos, selección de Eduardo Berti, traducción de Martín Schifino, prólogo de Rodrigo Fresán, Eterna Cadencia, 2014, 190 págs.
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