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Durante los años sesenta, las coordenadas espacio-temporales se volatilizaron en una protoglobalización que hundía sus tentáculos en el lecho oceánico y sembraba la exósfera con futura chatarra espacial. Mientras el satélite ATS 3 ampliaba la maraña telecomunicacional, en 1967, desde diferentes ubicaciones en la superficie terrestre, Lucy Lippard y Oscar Masotta clamaban al unísono por la desmaterialización del objeto artístico. Un año después, Tucumán arde deparó a Lippard una nueva epifanía: era preciso recorrer el camino de la idea a la acción, la desmaterialización era la vía de la radicalización política. Transcurridos unos meses, abrió sus puertas el CAyC (Centro de Arte y Comunicación).
El nuevo centro vibró bajo el influjo de esos vendavales. La desmaterialización declinó la noción de obra para conjugar los términos “experiencia”, “proceso”, “concepto” o “sistema”; este último fue una de las divisas que Jorge Glusberg acuñó para operar en el tráfico entre lo global y lo local. La evaporación del objeto artístico también propició la primera gran fractura del cubo blanco en la contemporaneidad. La generación de nuevos dispositivos de exposición transportables que pulularon en diversas latitudes trastocó la estabilidad de los roles entre críticos, curadores y artistas.
Simultáneamente, el incipiente relato que cartografiaba los territorios del nuevo arte conceptual comenzaba a experimentar fisuras. Emergieron otras geografías muy alejadas del fuerte brazo tecnológico, económico e informacional que surca el Atlántico Norte. En este contexto, un regionalismo táctico, el latinoamericano, midió fuerzas con otro proyecto regional urdido en la Guerra Fría: el panamericanismo. Todo esto se puede observar y sospechar en el guión curatorial de la muestra que se desarrolla en Fundación OSDE, elaborado por María José Herrera y Mariana Marchesi, si uno transita con paciencia y curiosidad entre la multitud de documentos y reconstrucciones espectrales.
Hace tiempo que los vientos de la desmaterialización amainaron, y hoy algunas de aquellas experiencias murmuran otra cosa. Tanto las pesquisas de Víctor Grippo sobre las transfiguraciones de la materia que se desatan en nuestros actos más profanos, como los gajitos de potus que Luis Benedit cobijó en diversas ecologías artificiales, o la insistencia de Carlos Ginzburg en rotular la topografía circundante evidenciando la puja por su posesión, exploran una materia viviente –humana y no humana– indisolublemente entrelazada con otra social y política. Estos episodios coinciden en el esfuerzo por reinscribir el cuerpo en sus inmediaciones más cercanas, en situarse en el aquí y ahora de sus coordenadas geopolíticas y biopolíticas.
Es precisamente la voracidad por lo inmediato la que se resiste a la abstracción de la infografía, la línea cronológica, el metadiscurso historiográfico y otras mediaciones curatoriales. Tal vez este tipo de reconstrucciones no alcance para revivir aquellos fantasmas y entonces sea necesario conjurarlos bajo los apremios del presente.
Arte de sistemas. El CAyC y el proyecto de un nuevo arte regional. 1969-1977, curaduría de María José Herrera y Mariana Marchesi, Espacio de Arte de Fundación OSDE, Buenos Aires, 25 de julio a 5 de octubre de 2013.
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