Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Tal vez habría que hacer el ejercicio de extirpar a Joseph Beuys de una serie de lugares comunes y ponerlo a resguardo de varios peligros: tanto de los reseñistas profesionales que insisten en proclamar frases grandilocuentes como “Uno de los artistas más revolucionarios del siglo XX”, como de los ambientalistas ortodoxos que conciben el arte como una continuación de la ecología, sin olvidarnos de ciertos intelectuales europeos que desde hace algunos años vienen levantando el dedo acusándolo de reaccionario.
Mitad profeta, mitad agitador cultural, Beuys es uno de los espíritus más difíciles de asir. Su figura fue magnética (casi a la manera de una estrella de rock) y perturbadora al mismo tiempo (esa línea de continuidad alucinante entre el adivino y el embaucador). Su acting se manifestaba en todos los frentes, en los resquicios más conflictivos de la relación arte-sociedad.
En la muestra de Proa podemos seguir las huellas de ese derrotero: lo vemos exhibirse con actitud enfática, fotografiado de mil maneras, participando en innumerables “acciones”, rodeado de gente que lo escucha embelesada, brindándose al público con toda la evidencia iconográfica de la que es capaz (su imagen se asemeja a la de un William Burroughs proletario); y al mismo tiempo, descubrimos al Beuys secreto, el que no deja de introducir arcaísmos, mitologemas, oscuras leyendas: el Beuys ritualista, el performer chamánico que murmura en soledad.
De modo que frente a su obra es imposible no sentir una especie de altercado perceptivo, como si para el siglo XX el artista alemán hubiera sido el vértice sobre el que confluye una serie de tradiciones (que van del romanticismo alemán a la herencia posduchampiana, pasando por el grupo Fluxus y el esoterismo de Rudolf Steiner), pero para nosotros –espectadores tensos del presente– sólo dejara un cuerpo y un personaje, un “mundito Beuys”. Porque el artista alemán pareció consagrarse a las líneas más activas de la historia del arte y sin embargo hoy, al recorrer la muestra, no hacemos más que retornar a su figura irresistible, a su imagen, a sus maravillosos y arbitrarios experimentos performáticos. En otras palabras, al gran poder de sugestión con que una imaginería retorna una y otra vez desde ese fuera de campo infinito que llamamos siglo XX.
Por esa razón, su lugar en la historia tal vez sea menos el de una “revolución artística” que el de una incubadora de intensidades, de formas de vida posibles en el arte, como si hubiera gozado de un secreto irresistible que permitiera conectar una serie de dimensiones heterogéneas de lo viviente y nos siguiera interpelando desde allí, desde ese emplazamiento virtual, a la manera de un oráculo.
“Debes hacer productivo lo secreto” fue una de sus tantas frases célebres, y cuando vuelvo a observar el registro fílmico de Cómo explicar obras de arte a una liebre muerta (1962-1965), me parece advertir que la liebre, insuflada por una sutil animosidad, en el fondo comprende lo que el hombre de la máscara de miel le susurra al oído, y entre los dos se produce un diálogo eléctrico. O una reconciliación largamente añorada entre lo humano y aquello otro. Beuys era un vanguardista a la intemperie.
Joseph Beuys. Obras 1955-1985, curaduría y selección de obra de Silke Thomas y Rafael Raddi, Fundación Proa, Buenos Aires, marzo – junio de 2014.
Una característica del museo moderno es poner en un mismo lugar lo que fue separado por la geografía. Esa anulación del espacio es indisociable de la voluntad...
La exposición del colectivo m.o.n.t.ó.n. en el espacio Laboratorio es un hito en la historia del grupo nacido en 2022 que, con esta muestra...
Alguna vez reducido a sus elementos primarios, el arte revivió en su apertura conceptual a la palabra, la acción y la instalación sin perder el abismo ganado....
Send this to friend