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Las fuerzas productivas

Martín Legón

ARTE

Primero cierto croquis. Sala 1: varias decenas de fotografías que narran un pedazo de sociedad occidental hacia los años sesenta y en el medio, un bloque de pilas de diapositivas sobre un mármol negro. Sala 2: amplia pileta de mármol negro, agua negra, un monstruito naranja en el borde y, enfrentadas, cinco figuras un poco más claras que el agua estancada, pero más perversas que un día de sol. Sala 3: las diapositivas que fueron embrión de las fotos de la primera sala sobre un vidrio iluminado y, a unos metros, un mármol negro que sostiene un almohadón, una chomba de piqué usada y un barquito de papel metalizado. Pero no importa aquí cada detalle sino otro itinerario, porque hay cuatro textos que entonan la muestra: un conferencista explicando Hegel y el arte y Marx y lo maquínico del corazón de los hombres bajo el capitalismo; amor profundo al dilema de si lo que hace lo poético es traducción, basura o invención; fenomenología del comensal; derivaciones jugosas sobre el anclado y el ancla. ¿Y si la muestra de Martín Legón se llamase Las fuerzas productivas porque al fin les puso nombre a esas piletas de agua negra que son también nicho para el espectador y pozo ciego para la historia? De ellas todo provendría y en ellas todo se diluiría. Enigma, charco y tumba, nadie puede dejar de pensar en vinculaciones, pero no se trata de pensar. Pensar es fácil. Trabajemos menos, que alarga la poca vida. Las detenciones de cada sala van formateándonos. Nos detenemos ante tres fotos cercanas en las que una casa arde dejando intacto un pino perfecto, dos viejos se guarecen del viento en un plano abierto que narra una costa y una construcción de American Express tiene una ventana mal tapada por el bien. Luego el cuadrado negro ya referido, con ese peluche naranja más perverso que risueño y, detrás de la última pared, los restos de náufrago flaco rezando al poema de Leónidas Lamborghini que cuelga enmarcado y que nos dice que finalmente nos atraparon las aguas turbias que bajan y suben. Que Legón logró ahogarse y ahogarnos. Que no le importa nada varar como sinónimo de aceptar simplemente la pena. Demostración sobre la pena, galería montada con penas de personas recortadas por la luz e impresas en papel que retienen un poco de lo que les falta. Muestra que ciñe algo de lo podrido que habremos de aceptar porque si no dónde está la salida. Invitación a resignarnos activos a eso, que es lo contrario a estar alienados. Esa, entonces y también, es una nueva fuerza productiva. De los artificios de Legón pende una lápida tallada por los progresos del oficio narrador que le va diciendo al tiempo que la muerte está preestablecida y que se es mejor hombre cuanto más avispado se está. Su venerable arte agrio es comprobación de que existe el alma. Estética del hambriento al borde del agujero atractivo y extraño. Estética del humedal después de la paliza. Algo de la libertad.

 

Martín Legón, Las fuerzas productivas, Barro, Buenos Aires, 18 de abril – 13 de junio.

14 May, 2015
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