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Dos momentos extremos se presentan en la trayectoria de Liliana Maresca (1951-1994). El primero fue la huida de la vida conyugal burguesa, constituida por un marido profesional y su hija en un hogar de clase media. Una micropolítica que tuvo como contexto la salida de la dictadura militar. A partir de esta decisión, la artista radicalizó su condición de mujer y se inició de lleno en el arte, mejor dicho, en la invención de comunidades artísticas —pienso en propuestas donde lo autoral fue dejado lado en favor de estéticas plurales y efímeras—. El segundo fue su diagnóstico positivo de VIH en 1987; en adelante, su producción adquirió mayor intensidad, todo pareció infectarse. Frente al aislamiento promovido por el control médico y los discursos mediáticos, Maresca creó modos para vivir juntos: rituales y heterotopías que desajustan las formas que toma el poder sobre la vida. Espacio disponible (1992) y Maresca se entrega a todo destino (1993) dan cuenta de esta intimidad abierta a multiplicarse.
Liliana Maresca: fotoperformances, registros y homenajes es el nombre de la exposición curada por Adriana Lauría en la galería Rolf Art. La muestra exhibe fotografías que registran una selección de acciones llevadas a cabo por la artista a lo largo de diez años, la campera que vistió en algunos momentos de Imagen pública-Altas esferas (1993), el video filmado por Adriana Miranda y documentación. En la trastienda también se pueden observar aquellas fotografías donde está desnuda junto a sus obras, prótesis que desorganizan el cuerpo y, como diría Donna Haraway, desarticulan cualquier tipo de personificación femenina ligada a lo orgánico. Maresca no es una artista de la identidad sino de la afinidad con otros, con dispositivos y experiencias que la hacían salirse de sí misma. En el guión curatorial sobresalen las fotografías tomadas por Marcos López en 1984. Vestida de manera elegante, con anteojos negros y máscaras, posa hierática en las fachadas del Museo Nacional de Bellas Artes y la Casa de Gobierno, genera una marcación, se para con extrañeza y misterio. En la década del ochenta la fuerza creativa —sexual, artística y política— del underground entró en constante conflicto con los remanentes represivos de la dictadura, tensión que se vivió en el campo artístico, las universidades, los partidos políticos, las discotecas y la calle. La serie señala, tímidamente, ese proceso en el que las instituciones, en esos primeros años, parecían tener más que ver con el viejo orden que con la vida en democracia. A su vez, de algún modo anticipan las profanaciones que Maresca produjo, tiempo después, en espacios públicos como el Centro Cultural Recoleta, proyectos que extendieron los límites de lo mostrable por medio de la restitución y perversión de objetos: un Cristo crucificado con transfusiones de sangre, ataúdes podridos, carros de cartoneros, son imágenes profanadas, del asco y la vergüenza. El material fotográfico de Imagen pública-Altas esferas, incluido en la curaduría, continúa en esa línea pero en clave seropositiva. En esta ocasión, la artista recolectó imágenes y noticias de personajes del poder político, económico y la farándula en el archivo del diario Página 12, empapeló una sala y puso un pedestal que contenía una salivadera con tinta que se derramaba del techo. En la invitación a la muestra, su cuerpo desnudo, infectado y deseante aparece acostado sobre los rostros de estas figuras; todo parecería estar en el mismo intercambio de fluidos —los signos del neoliberalismo y un virus transnacional como el sida—. Una vez terminada la exposición, Maresca y Miranda llevaron algunos fragmentos de la instalación a la Reserva Ecológica y los montaron entre los escombros de la orilla del río a la espera de que la marea los arrastre y los disuelva.
Liliana Maresca, fotoperformance, registros y homenajes, curaduría de Adriana Lauría, Rolf Art galería, Buenos Aires, 23 de noviembre de 2016 -17 de marzo de 2017.
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