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Mondongo 2009-2013

ARTE

En la tercera parte de El capital, Marx nos invita a descorrer el velo de la mercancía y visitar el tenebroso mundo de la producción. Dispuesto a disipar todo rastro de bruma, el buen Karl desciende y nos regala una verdad: debajo del brillo del valor se esconde la actividad que está en la base de todas las sociedades humanas, el trabajo. Claro que esta revelación no disuelve el imperio del fetiche. La crítica marxista despeja una incógnita, pero no destierra la magia. En la muestra de Mondongo se pone en juego esta misma tensión. Si, por un lado, Mondongo colabora con Damien Hirst, Jeff Koons y Anish Kapoor en la confección del catálogo de imágenes explosivas que arriman el arte al maravilloso mundo del espectáculo, por el otro, en los surcos que pueden verse entre los puñados de hilo y en los pequeños errores que humanizan las figuras de plastilina, sus obras ponen de manifiesto el trabajo que las hizo posibles.

La muestra se inicia con una serie que hace pensar en Viaje al centro de la Tierra. Las paredes del museo se nos presentan perforadas por lo que desciframos como cuevas, pasillos de naves, túneles y grutas. En estas obras Mondongo parece haber figurado su gesto, el gesto de Marx: allí donde reinaban las tinieblas, ha de irrumpir la luz. Un fulgor tenue nos ayuda a recorrer las superficies membranosas del subsuelo, pero también a distinguir las pequeñas ofrendas que los artistas dejan caer como pistas. Más allá del juego de luces y sombras, parecen decirnos, hay que entrenar los ojos para el saboreo del detalle. Esta invitación es importante. Sus obras son contundentes; alcanzan un tipo de impacto en que las artes visuales se pueden medir de igual a igual con las puntas de lanza de la industria cultural. Pero en su caso, el lujo exuberante de las superficies, además de engatusarnos, alienta el examen detenido. Y ese examen revela que los materiales que utilizan pueden descomponerse fácilmente en unidades mínimas, como si los artistas nos invitaran a deshacer la totalidad embriagadora y a reencontrarnos con el esfuerzo humano detrás de cada trazo.

Como en los escritos de Marx, entonces, en la muestra de Mondongo el trabajo deja de ser un misterio. Basta acercarse a los retratos, que de lejos brillan con una potencia enceguecedora, para detectar los ríos de hilado y el trajinar de manos que fueron necesarios para confeccionarlos. A estas obras, literalmente, se les ven los hilos. Pero esta transparencia no les quita ni un gramo de maravilla. Aun más: nos enseña que no hay magia por fuera del trabajo. En este sentido, es probable que la muestra nos esté enseñando a ser adultos. Walter Benjamin dijo una vez que la primera experiencia que el niño tiene del mundo no es que “los adultos sean más fuertes, sino su incapacidad para la magia”. Esa constatación los sumiría en una invencible tristeza: aquello que podemos alcanzar a través de nuestros méritos y de nuestras fatigas no puede, al parecer, hacernos verdaderamente felices. Sólo la magia tiene ese poder. Mondongo parece querer convencernos de lo contrario.

 

Mondongo 2009-2013, curaduría de Kevin Power, MAMBA, Buenos Aires, hasta el 15 de septiembre de 2013.

29 Ago, 2013
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