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El arte de chupar. Algunas observaciones sobre géneros, etimologías y amplitud de las lenguas

DISCUSIÓN

Algunos estamos atravesados por las palabras. Las palabras nos dicen mucho más de lo que quieren decir. Nos hablan de sus padres y abuelos, de sus hermanos y sus familiares. Nos cuentan su historia, sus falsas interpretaciones y de sus amigas extranjeras. Las etimologías me conmueven tanto como me sublevan las falsas etimologías, como por ejemplo la que dice que alumno viene de a, partícula privativa, y lumnus, “luz”. Así el alumno sería alguien sin luz, metafóricamente un ignorante, o peor, alguien sin inteligencia, a quien habría que llenar de conocimientos con la alusión a que dicha tarea podría tener poco éxito. Este mito urbano es popular entre los educadores modernos políticamente correctos que quieren denostar el carácter autoritario de la educación tradicional en pos del rescate de una figura de educando activa. Bienvenida la idea, pero alumno no significa “sin luz”. Lumen, y no lumnus, es “luz” en latín, y a es una partícula privativa que viene del griego. Raramente se combinarían griego y latín en una misma palabra. Así valen “ácrata” e “incomprensión”, pero no “íncrata” y “acomprensión”. Alumno viene del verbo latino que significa alimentar: alere. La figura es que el alumno está en crecimiento y se alimenta… quizás de saber. De alere también viene “adolescente”, otro que crece, y de su participio pasado viene “alto”, cuyo sentido original es crecido, bien alimentado. Y también viene “prole” (pro, a favor de, y alere, alimentar) porque son los hijos a quienes hay que alimentar. Y si bien el término existe desde la Roma imperial, fue Marx quien le dio a “proletariado” el concepto de clase social que no tiene otra cosa que ofrecer más que su fuerza de trabajo y sus hijos.

Falsas etimologías hay muchas, pero bellas y sorprendentes ninguna como aquellas que se remontan a la raíz indoeuropea dhe(i). Esta dio las raíces the- en griego (pronunciada ze) y fe- en latín. Dado que dhe(i) significa chupar o amamantar, no es sorprendente que en griego thelé (θηλή) quiera decir “pezón”. De ahí “epitelio” para nombrar las capas mucosas que tapizan órganos que se conectan con el exterior. Pero lo más insólito sucede en la rama latina y en sus derivadas lenguas romances, como el castellano. Con fe- se forman en latín fetus, “feto”, que a diferencia del castellano, no nombraba al por nacer sino al nacido, quien se caracteriza por chupar y amamantarse, y femina, que dio “hembra” en castellano, con el consabido cambio de efe por hache, y los derivados de “femenino”, como “femicidio” y “feminicidio”. Así, aunque nos pese, etimológicamente lo femenino surge de la condición de amamantar porque hay un bebé que chupa. Luego, de fe- también vienen “fecundo/a” con el sentido de fértil, “heno” (del latín fenum) porque ese cereal se usa para alimentar al ganado, “hijo/a” (del latín filius/filia) por obvias razones chupadoras, “felación” (del latín fellatio, usado también directamente así en castellano), por razones aún más obvias, y final y asombrosamente, “feliz” (del latín felix), con el sentido original de fértil y fecundo que terminó asociándose a la situación de felicidad.

 

Hijo. “Hidalgo hi de puta afilia filicidas y prohija feligreses”. El juego de palabras alberga cinco derivados de hijo. Entre los sustantivos hay un hijo de alguien importante, es decir, un hijo de algo o hidalgo; un hijo de puta, insulto abstracto cuya literalidad se ha tornado irrelevante; un asesino de hijos, tema central del legado del psicoanalista argentino Arnaldo Rascovsky (1907-1995), y unos fieles o hijos de la iglesia (fili ecclesiae devino feligrés).

 

Heno. De fenum viene “hinojo” a través de su diminutivo feniculum o foeniculum. Pensemos en el fennel inglés o en el finocchio italiano y en el apellido Finocchieto. Las hojas plumosas del hinojo salvaje son ingrediente esencial de la “pasta con le sarde”, exquisitez siciliana donde la pasta es acompañada con una salsa que lleva, además de sardinas, anchoas, pasas de uva, piñones y aceite de oliva. Justamente, para chuparse los dedos…

 

Fellatio. No hay mucho para decir de la felación porque su carácter metafórico es limitado. Intriga saber por qué en inglés se dice blow job, “trabajo de soplar”, cuando se trata de una acción más inspiradora que expiradora de la boca que la practica.

 

Feliz. “Que los cumplas feliz / que los cumplas feliz / que los cumplas / que los cumplas / que los cumplas feliz”. Esta impresionante originalidad poética nos ha acompañado toda la vida. Dado que en portugués es “Parabéns pra você”, es decir, “Felicidades para vos“, una amiga brasileña me preguntó indignada por qué en Argentina la letra del Happy birthday se había convertido en una orden, una obligación, a cumplirlos feliz. Le resultaba extremadamente autoritario. Traté de explicarle las sutiles diferencias entre lo desiderativo del subjuntivo (que los cumplas…) y lo impositivo del imperativo (cúmplelos… o cumplilos…), pero no se convenció.

En el fondo, nada grave comparado con el hábito de las últimas décadas de cantar a continuación del “Que los cumplas…” el “Feliz, feliz en tu día / amiguito que Dios te bendiga / que reine la paz en tu vida / y que cumplas muchos más”. Cuando la gente empieza a cantar esta tonadilla de Gaby, Fofó y Miliki quedo mudo, no puedo cantarla y empiezo a sentir incomodidad, escalofríos e indignación. ¿Cómo es posible que en un festejo familiar pagano y ateo se haya inmiscuido el “que Dios te bendiga”? Lo asocio a la relajación de las convicciones ideológicas y al reemplazo de los ideales revolucionarios por una vuelta a la religión. Me viene la salvaje idea de que si seguimos así, un día se naturalizará que a la fiesta de cumpleaños venga un sacerdote a dar la bendición de Dios al cumpleañero. Recuerdo a Cortázar que, en “Las Ménades”, dijo que los aniversarios son las puertas de la estupidez, y me quiero ir. Además, ¿qué necesidad hay de usar una canción de tres payasos populares en España e Iberoamérica en los estertores del franquismo, cuyas vacuas letras, muy frecuentemente machistas, apelaban a la idiotez clérico-fascista para adormecer las fantasías de la niñez? ¿No basta como botón de prueba “La gallina turuleca”, que nos convoca a dejarla cumplir con su destino femenino de seguir poniendo huevos? Mensaje diametralmente opuesto al de la inteligente María Elena Walsh, cuya vaca de Humahuaca quiere estudiar contra viento y marea aunque se rían de ella…

 

Fémina 1. Todos hemos sido marcados desde la infancia por mandatos que moldearon, en mayor o menor medida, nuestros valores y nuestro comportamiento. “Niño, deja ya de joder con la pelota. / Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca…”. No hace falta darle al nene una clase de electricidad para decirle que no debe poner los dedos en el enchufe. Está prohibido, y ya. En tiempos de luchas contra la violencia de género, de timesup, metoo, niunamenos y multitudinarias marchas en el Día de la Mujer, recuerdo un mandato arraigado tempranamente en mi niñez, destilado de la última estrofa de una de las maravillosas “Canciones del tiempo de Maricastaña” de Leda y María (una vez más MEW): “Pícaro molinero, ¿qué le dijiste? / A la molinerita, que estaba triste / Cómo llueve, cómo graniza / Cómo repiquetea en la botica / Cómo llueve… // ¿Por qué estás, molinera, tan disgustada? / Si el molinero apenas te dijo nada / Cómo llueve, cómo graniza / Cómo repiquetea en la botica / Cómo llueve… // Ofender a mujeres es un delito / No las ofendas nunca, molinerito / Cómo llueve, cómo graniza / Cómo repiquetea en la botica / Cómo llueve…”.

 

Fémina 2. El tiempo dirá si se impone el todos y todas al todos a secas para referirse al conjunto femenino y masculino. También dirá si se impone el todes, tod@s o todxs, aunque espero que no. Antes de ser acusado de machista recalcitrante, quisiera decir que no soy tan necio como para no darme cuenta de que hay acciones cuyo objeto es contrarrestar o mitigar siglos de patriarcado y discriminación de género, y que esas acciones no tienen por qué ser equitativas o plantearse miramientos formales. No obstante, la lengua no sólo es una convención del presente; tiene historia. La asignación de géneros a las palabras fue muchas veces arbitraria. En latín existen tres géneros para los sustantivos, adjetivos y pronombres (masculino, femenino y neutro) y hay muy poca lógica sobre qué sustantivos caen en cada categoría. Dudo de que en castellano, portugués, francés e italiano los respectivos masculinos universales todos, todos, tous y tutti hayan sido un reflejo de la dominación masculina, ya que hay varios ejemplos de términos que revelarían un sesgo opuesto y a nadie se le ha ocurrido asignarles un origen matriarcal. El más evidente es “usted”, palabra que se usa para cualquier género, pero cuyo origen y significado es netamente femenino. Viene de “vuestra merced”, habiendo pasado por “vuesamerced”, o sea, en tercera persona, una ella. Esto ocurre también con el você portugués, forma apocopada de las ya contraídas vosmeçê, vosmincê y vassuncê. Pero es en el italiano donde se muestra la dominación femenina. El pronombre “ella” es lei. Pero lei también es “usted”. Por lo tanto, cuando alguien se dirige a otro/a tratándolo/a de lei, usa formas pronominales femeninas, como por ejemplo la ringrazio (le agradezco), independientemente del género del interlocutor.

Otros ejemplos de sesgos femeninos menos usados en actualidad pero predominantes en ciertos ambientes o épocas son “su señoría”, “su majestad”, “su alteza”, “su dignidad”, “su excelencia”, “su santidad” o “usía”, por “vuestra señoría”. También “este cirujano es una eminencia”, “Pepe es una persona”, “Ricardo Darín es una estrella de cine” y¡querido, sos una maravilla!”. Es decir, Pepe no es ni un persón ni un persono, y todos somos personas y no persones o person@s; Darín no es un estrello o estrelle y el querido aludido no es un maravillo. Tampoco podemos ignorar que gente, humanidad, sociedad, vecindad, colectividad, banda, orquesta, familia, tropa, muchedumbre, civilización, ciudadanía, horda, población y clientela son nombres colectivos femeninos… que incluyen a los varones. Las palabras que independientemente de su género fijo se aplican por igual a personas de cualquier sexo se llaman epicenos. Entonces, si admitimos la arbitrariedad en el sesgo femenino, deberíamos admitirla también en el masculino. Pero no pretendo convencer a nadie. Como dije, algunos estamos atravesados por las palabras.

 

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