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1923 fue el año de la primera transmisión de radio en la ciudad de Berlín. Era la República de Weimar, con los cerebros de las vanguardias alemana y rusa experimentando con las nuevas tecnologías y explorando las posibilidades estético-políticas que ofrecían. Pocos años después, Walter Benjamin comenzaba con sus programas radiofónicos para jóvenes, de los que hoy nos llegan algunos de los cien que hizo desde 1927 hasta 1933, año en que aquellos con quienes discutía sobre el lugar de los productores culturales en las sociedades de consumo fueron expulsados de su trabajo y, en algunos casos, arrestados.
Sus jóvenes interlocutores, intuimos, no se diferenciaban para él de cualquiera de los lectores de sus textos de filosofía de la historia o teoría cultural, y como allí, si hay un hilo que recorre estas crónicas, es el modo de leer la historia como catástrofe. El terremoto de Lisboa en 1755, la destrucción de Pompeya en el primer siglo de nuestra era, la inundación del Misisipi a comienzos del siglo XX, el accidente ferroviario de Escocia en los albores de la Revolución Industrial o el incendio del teatro de Cantón, en China, cerca de 1800, temas elegidos para sus programas, ilustran su idea de que ninguna catástrofe natural compite en crueldad con la maquinaria de guerra humana, cuando de lo que se trata es de acumular ganancias. Y mientras se pregunta por las condiciones de producción (y de explotación) de los avances tecnológicos, enseña entonces a leer los hechos del pasado desde el campo de batalla que es la escena capitalista. Así, siguiendo con su idea de la historia como un viaje que puede unir el pasado con el presente, atento a los vestigios de lo que ya no está, revelará cuánto más destructor fue el Imperio romano que el volcán Vesubio, cuya lava conservó la ciudad intacta, mientras que la organización romana arrasó con los pueblos que la formaban; encontrará en la toma de la Bastilla una muestra de cómo la destrucción puede ser una obra humana y en la teoría de la relatividad, su exacto revés; buscando la cultura en los márgenes, en el lado oscuro de la ciencia (la barbarie que, dialécticamente, constituye todo documento de cultura), descubrirá cómo el ensañamiento del poder con las mujeres consideradas brujas, a finales de la Edad Media, fue contemporáneo del desarrollo de las ciencias naturales; verá en las comunidades plebeyas, como las que formaban los salteadores de caminos en la antigua Alemania con su modelo de organización contraestatal, y no en los grandes líderes de la historia, un campo de interés; y junto con la fascinación que le producían las nuevas tecnologías, Benjamin anunciará de algún modo los usos políticos que el nazismo haría de los medios de comunicación, al tratar a sus oyentes como consumidores y no como ciudadanos.
Benjamin, como Jano, el dios bifronte, mira hacia el pasado y anuncia el futuro, pero para desencantarlo. Sus textos recobrados nos siguen advirtiendo sobre algo mucho más peligroso que las catástrofes de la naturaleza: el peligro de sucumbir a la ilusión.
Walter Benjamin, Juicio a las brujas y otras catástrofes. Crónicas de radio para jóvenes, traducción de Ariel Magnus, Interzona, 2014, 144 págs; Hueders, 2014, 156 págs.
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