En un conocido libro dedicado a su obra, Deleuze recordaba una boutade que Foucault pronunció en alguna conferencia: “Me doy cuenta de que no he escrito más que ficciones”. Y al mirarlos hoy, no existen dudas sobre la sutileza ficcional de buena parte de sus textos; basta mencionar el principio de Vigilar y castigar o la evocación al inicio y al final de Las palabras y las cosas. Foucault es un clásico exponente de esa rara avis, los autores que no sabríamos dónde ubicar en la biblioteca: ¿junto a Wittgenstein, Heidegger y Levinas, o en otro anaquel, cerca de Mallarmé, Borges y Char? La utopía de una clasificación como esa tropieza con la contundencia de sus propuestas. O mejor aún: con sus apuntes sobre literatura. Por ello, La gran extranjera es un delgado pero necesario texto, en el que es posible leer sus agudas especulaciones acerca de la relación entre filosofía y literatura.
Del conjunto de piezas seleccionadas en este volumen, la más precisa resulta “Literatura y lenguaje”; puesta en serie con “El orden del discurso”, “El lenguaje al infinito” y “El pensamiento del afuera”, proyecta un corpus insustituible cuando se trata de volver sobre la pregunta de siempre: ¿qué es la literatura? Entendiendo que ese interrogante resulta de un recorte de orden histórico, que se establece hacia fines del siglo XVIII con la moderna irrupción de la obra de Sade, y atravesados por la mirada de un lector al que se puede sospechar implacable, tenaz y feliz, los artículos, ensayos y conferencias que se reúnen en este volumen brindan una respuesta tentativa. Anudando y desanudando el torniquete del lenguaje, Foucault esgrime coordenadas con las cuales reordenar la comprensión de los efectos por los cuales asignamos sentido al mundo. Su labor consiste en indagar los planos de la obra, la institución, la conciencia de la disputa que se establece entre el estilo y su imposibilidad. Una sola cita de sus textos sirve acaso de síntesis introductoria: “La literatura nos muestra la incompatibilidad fundamental entre el ser del hombre y el ser del lenguaje. El ser de la literatura no puede ser analizado ni desde el punto de vista del sentido ni desde el significante. La escritura y las cosas ya no se asemejan”. La verdad de la palabra, que quizá se encuentra oculta en las diversas arquitecturas de la literatura, puede ser la iluminación del mundo.
En estos esbozos teóricos, Foucault toma prudente distancia tanto de la noción de función, que podría ser una herramienta para la conciencia político-social, como de la implacable retórica o de la pretendida ciencia de la “literariedad”. Menos aún concibe la literatura como fuente de conocimiento a través de la experiencia individual o como solaz de la evasión. La literatura parte y llega al cuestionamiento de manera constante. Es el ser vivo del lenguaje. A su vez, acaso sea también el espacio inabarcable donde “todo lo que se ha pensado será pensado de nuevo con un pensamiento que no ha salido a la luz”.
Michel Foucault, La gran extranjera. Para pensar la literatura, traducción de Horacio Pons, Siglo XXI Editores, 2015, 192 págs.
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