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Pueblos expuestos, pueblos figurantes

Georges Didi-Huberman

TEORÍA Y ENSAYO

“Los pueblos están expuestos”. Esta hipótesis organiza el nuevo libro que Georges Didi-Huberman le dedica al estatuto estético, ético y político de las imágenes. Hace ya mucho tiempo que Baruch Spinoza se preguntó qué puede un cuerpo y anudó su ética de las pasiones a una reflexión sobre las formas de vida en común. Podría decirse que Pueblos expuestos, pueblos figurantes se pregunta: ¿qué puede un pueblo? Y enlaza esta pregunta a la de sus modos de aparecer. Si tanto en la subexposición como en el espectáculo —dos maneras complementarias de invisibilización— los pueblos contemporáneos se desfiguran, se vuelven borrosos, chocan con la censura o se hunden bajo un mar indiferente y pixelado, sus tácticas de resistencia o su “débil fuerza”, para decirlo con Walter Benjamin, se revelan justamente allí donde sus imágenes, pese a todo, consiguen inquietar o conmover el dispositivo histórico-político que organiza los marcos dominantes de la representación. De la mano de autores como Benjamin, Hannah Arendt, Aby Warburg o Giorgio Agamben, los ensayos de este libro resaltan en el cine (Pasolini, Eisenstein, Rosellini, Wang Bing), la fotografía (Evans, Sander, Bazin), la pintura (Rembrandt, Goya, Courbet) y la poesía (Villon, Hugo, Baudelaire) la capacidad de ofrecer una poética de lo singular, tramada menos en una metafísica de los pueblos que en una microfísica de los gestos.

Así, los trabajos de Bazin analizados en los dos primeros ensayos hacen del encuadre una política perturbadora que radicaliza en los rostros de sus retratados —series de ancianos y recién nacidos en fríos y desapacibles entornos institucionales— el encuentro abrupto entre lo singular y lo común, entre el aspecto humano de los cuerpos expuestos y la violencia que rubrica para cada quien la pertenencia a la especie. En el cine de Pasolini, las imágenes acechan intempestivas y componen una suerte de antropología de supervivencias en un montaje visual y temporal inédito: gestos que documentan la inquietante proximidad de lo inmemorial para producir menos una exhumación del pasado que un estado de furia, deseo y expectación. Los “figurantes” —hombres y mujeres cuyos nombres se amontonan y se pierden anónimos en los créditos de la película— se convierten con Pasolini en rostros y cuerpos que al cobrar figura hacen fulgurar, como quería Deleuze, un pueblo faltante que se espera en la visión de un gesto cualquiera.

En suma, el ambicioso recorrido que Didi-Huberman propone en este libro, animado por una sutileza analítica poco común y una lucidez que no le teme a los cruces teóricos inesperados, nos lleva a examinar desde diferentes ángulos las condiciones que atraviesan la interminable tarea de exponer a los pueblos. En esta línea, la pregunta por la comunidad, hilo subterráneo que cose toda la indagación, es reencontrada cada vez que una imagen acierta a exponer la puesta en reparto de lo común y, a su vez, en esa exposición, la puesta en peligro de ese mismo reparto. En atención a esta doble exigencia, parece sugerir el autor, se afianza o languidece la potencia de los pueblos, “entre la amenaza de desaparecer y la vital necesidad de aparecer pese a todo”.

 

Georges Didi-Huberman, Pueblos expuestos, pueblos figurantes, traducción de Horacio Pons, Manantial, 2014, 272 págs.

17 Jul, 2014
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