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Carcaj: vislumbres

Mercedes Roffé

LITERATURA ARGENTINA

Una escena ocurrida en Buenos Aires hace muchos años. Son las dos o tres de la mañana y Mercedes Roffé se despide en la calle antes de irse a la casa. Aunque antes, dice, debe pasar por un quiosco para comprar dos o tres paquetes de cigarrillos, por si le agarra insomnio. Puede parecer una coincidencia buscada (dos o tres de la mañana, dos o tres paquetes de cigarrillos); en ese momento me impresionó la medida de Roffé para escandir la noche en vela. Sin embargo, hoy destacaría otro elemento de esta anécdota: la idea de la vigilia como un estado de alerta continuo. Si hay un elemento que puede permitir recorrer la poesía de Roffé desde el comienzo, o sea, un momento previo a esta escena, hasta hoy, más allá de recursos y esquemas poéticos diversos, es ese lugar postulado, aunque nunca admitido ni descripto, que viene a resultar el punto inmóvil desde donde todo se dice.

Lo relevante de ese lugar es que posee atributos que están más allá de lo físico, es ilocalizable. No se trata de un punto de observación desde donde la conciencia despliega su sentido o sus aptitudes, sino de algo así como “un punto de la lengua”, o “un punto de la dicción” alrededor del cual se organiza el poema y su paisaje, muchas veces abstracto, o teatral o pictórico, como si se tratara de experiencias adaptadas al idioma particular de esa voz. Tomemos dos ejemplos de su último libro, Carcaj: vislumbres. Uno es el número 16. Conozco la casa de Roffé y así puedo suponer que el poema desarrolla una de las tantas, imagino, sesiones de observación de esa presencia medio fabulosa que tienen siempre los puentes cuando las orillas que unen resultan visibles. El poema dice: “Como en el sueño también / algo se deslizaba por el cristal / que lo opacaba / algo como una vegetación / densa y acuosa. // A lo lejos, / los muelles revelaban / siniestras / fosforescencias / —manos, bocas, fuelles, ojos, / cráneos, roncos redobles— / frente a las cuales / la razón —de persistir alguna— / habría / abdicado de sí”.

“Como en el sueño también”, que es el primer verso, tiene para mí el valor de precisar una dirección enunciativa. No será la sola observación física, nocturna y fluvial; ni será cuadro insomne ni testimonio urbano. Será desarrollo de una situación de la que el poema es sustancia. Un parlamento que no apunta hacia lo real o lo irreal de lo percibido (supongo que Mercedes sabe que esa es una batalla perdida), sino a un coqueteo con lo racional. Esos dos puntos imposibles de ubicar en ningún mapa, y sin embargo que se presumen alejados, el sueño y la razón, acaso sean las dos orillas e inspiración que este puente, sucedáneo del puente real, que es el poema, intenta trastornar.

Alguien podría pensar que es un libro sobre sueños y razón. No es del todo así. También, hay más puentes, y muchas otras cosas. Pero menciono ahora un segundo poema, en realidad el primero, en el que un soñador rescata de la semivigilia el trabajo extra humano de un equilibrista, ese personaje que, como sabemos, desafía la gravedad para conectar dos extremos, como los puentes. El equilibrista del poema transita, como dicen dos versos, “esa cuerda dudosa de lo real a lo irreal”. Al final, naturalmente, se cae. Los versos subrayan, a punto de concluir: “Se cae el equilibrista, no el soñador”.

Antes que los supuestos y siempre amenazantes sentidos profundos, me gusta rescatar el toque de teatralidad bizarra, casi diría zumbona, del que en general se sirven los poemas de Roffé. Como una manera de minimizar una pretendida trascendencia “poética”, pero sobre todo, como forma de ejecutar esa mezcla de mirada y dicción de la que hablé al comienzo. El poema en tanto escena verbal, dispositivo de enunciación anclado en los actos de habla, que como tal intenta circunscribir un hecho que sin embargo está condenado a no progresar, porque eso implicaría abandonar, naturalmente, la misma condición vigilante de la vigilia.

 

Mercedes Roffé, Carcaj: vislumbres, Vaso Roto Ediciones, 2014, 80 págs.

8 Ene, 2015
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