LITERATURA ARGENTINA

Cobalto es una novela gráfica policial editada por el sello Hotel de las Ideas con guión de Pablo de Santis y arte de Juan Sáenz Valiente. Mientras que este primer trabajo permanecía inédito, las historias breves que complementan la antología ya habían sido publicadas en Fierro: “El auto de Ciriapo”, “Tinta invisible” y “La pluma de las historias tristes”. La compilación emula una Buenos Aires en la que se combinan a la perfección los duelos a cuchillo borgeanos y los dramas urbanos de Arlt. En la historieta que abre la edición, el Sr. Cobalto retrata a un boticario viudo con cuerpo de ballena, cabeza blanca y perramus hasta los pies, ceñido al arquetipo del conocedor de oficios inútiles. Se trata de un vendedor cuya pereza tras el mostrador porta la frustración del inmigrante y la alquimia de los amores brujos. Como el memorable Ignatius Reilly, sus días son el placebo de una existencia sin mayores desafíos: “mis clientas son casi todas mujeres. Y lo que necesitan, más que recetas magistrales, es alguien con quien hablar”. La prosa de De Santis irradia una nostalgia palpable por los residuos de la modernidad y los escenarios discepolianos donde es posible imaginar al protagonista escribiendo unas memorias sin interés para nadie. El hombre que camina a diario hasta su casa porque le cuesta “dejar las viejas costumbres” es interceptado en el parque por unos sujetos y, como Emilio Gauna, aquel personaje retratado por Bioy, comprueba que no hay azar cuando el destino es irreversible. Pronto sabremos que el boticario es, en verdad, un agente encubierto requerido por poseer las habilidades de la “vieja escuela”. Así dejará su sosiego y pringosa rutina para cumplir con la orden de una serie de asesinatos echando mano de los ardides de la farmacología. La misión supone lidiar con “los problemas de la juventud sin las energías de la juventud”, reflexiona el personaje. Algo parecido podría decirse de los guiones de De Santis. Lejos de historietas como El hipnotizador (también con dibujos de Sáenz Valiente) o de la lograda Justicia poética (con el dibujante Frank Arbelo), esta entrega no evita una trama plagada de lugares comunes y pócimas de ideas gastadas. De Santis es un buen guionista pero, a veces, se vuelve un escribidor y advertimos los componentes de la fórmula. Con respecto al dibujo, diré lo siguiente: en la Edad Media, los mineros consideraban que el cobalto era un metal sin valor alguno, basándose en la creencia de que los duendes dejaban este hierro en sustitución de la plata que se habían robado. Con el tiempo, el mineral de cobalto se constituyó en un bien preciado y excepcional. Algo de esa mística se equipara a las tonalidades de la paleta de colores que inventa Sáenz Valiente, tan exquisita y accesible como la porcelana de la dinastía Ming o ese juego de té en la vitrina de la casa de nuestras abuelas. La estética gráfica de Cobalto indaga en la cuarta dimensión cinematográfica. No es fortuito, entonces, que la experticia de este joven dibujante alterne su culto por la patineta y las técnicas de animación. Sintetizando, la historieta argentina de estos años les pertenece a Sáenz Valiente, a sus dibujos aéreos y a la sociedad secreta de los alquimistas de su clase.

 

Pablo de Santis y Juan Sáenz Valiente, Cobalto, Hotel de las Ideas, 2016, 72 págs.

1 Dic, 2016
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