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De la larga historia de obras hechas entre dos o varios escritores, tenemos el testimonio infidente de Bioy sobre la colaboración con Borges o las notas de Coleridge sobre la confección de las Lyrical Ballads que se repartieron con Wordsworth y fundaron el romanticismo inglés. Tenemos los escritos de Breton sobre el azar y el inconsciente en los textos mixtos y los cadáveres exquisitos del surrealismo. Hay mucho más, pero nada despeja el enigma de la escritura emergente; sólo nos aviva la curiosidad. Liliana Heer y Guillermo Saavedra, dos poetas, no han esquivado explicitar cómo trabajaron en Pretty Jane: acuerdo temático, intercambio continuo, escucha sin juicio, uso mutuo de lo surgido de la improvisación. De oído atento e improvisación, los dos saben de sobra: Heer pertenece a la excepcional cadena argentina de escritores psicoanalistas. Saavedra es un performer de su poesía, últimamente dentro del ensamble musical La Máquina Soltera. Los dos están por una lírica que, si algo dice sobre el autor, es como reflejo de las cosas que elige (así hace Saavedra en Del tomate), de personajes levemente alegóricos o de significados-probeta nacidos de un artefacto textual o la constricción juguetona. Pero el método H-S no sólo borra la impronta estilística de cada uno; no sólo neutraliza la pretensión de identidad. Al comienzo del libro hay una cita de Baudelaire: “La música cava el cielo”. Del primer poema surge una voz de dos países: “Neblina inglesa en barrio porteño / sensaciones fortalecidas de bruma / el día es tan hermoso / que lo cortaría por la mitad / y un corazón no sabe / de mitades / es fruta que al comerse / sangra entera”. El penúltimo es el adiós de otro a la heroína: “Un silencio incandescente / anticipa el regreso / de toda nueva niebla”. En el último, “El coloso a piñón fijo / pide más / oro de cloaca…”. Supongamos que el corazón alude a la verdad de los sentimientos; que el oro de cloaca es el lenguaje precioso untado de humores del cuerpo, y el coloso, el deseo. Podría ser otra cosa; lo cierto es que de la actividad promiscua de dos inventivas del verso surge el indeciso contorno de un personaje, Pretty Jane, que la emoción y una música sin tónicas ni metro lo vuelven más visible con cada poema, y que habiendo cobrado volumen, al cabo se desvanece. Bella o monstruo, no hay criatura literaria sin referente; ninguna que no esté prefigurada en la mente del autor. Del deseo de aliviarse de esa carga debe nacer la tenaz voluntad de la literatura de ser música. Aquí es deliberado, y patente que esa música rara realiza. “Pretty Jane”, por cierto, es como se conoce popularmente a “El centeno está en flor” (“The Bloom is in the Rye”), una canción de 1800 que Joyce intercala una y otra vez en el episodio 11 del Ulises, “Las sirenas”, mientras Leopold Bloom observa a dos (“seductoras”) meseras. O sea, para H-S la base para imaginar un personaje es un personaje, y el medio es la batahola semántica, el sonido y la sexualidad fértil de las palabras libradas al descaro. Porque cuesta traducirlo a otro lenguaje, como el de las sirenas, el canto que se escucha en Diario de viaje… es un trastorno embriagador; pero nada catastrófico. El viaje de Pretty Jane (“Juana, Juanita, Jane / adorable Pretty”) es como el de todas las vidas: del vacío al vacío, la nada o la niebla, a veces en primera persona, a veces contado en tercera, a veces en esa segunda de darse ánimo o recriminarse a sí mismo, pero por un mundo creado junto a ella por el vaivén de las palabras entre dos. También es un viaje por una fascinante variedad tímbrica de imágenes-verso, por fotos de una memoria libre de dueño (“¿Recuerdas / el tapiz de astracán / en el fondo del lado / y el mantra del chocolatinero / en el cine de barrio?”), y está verídicamente pleno de deseos, intenciones, películas, burdeles, mediodías lúgubres, tardes radiantes, promesa, desengaño, aceptación confiada. Lo mismo que una pieza de música, la vida de Pretty Jane transcurre entre dos silencios. El mismo viaje hace uno con ella, polizonte rumbo a la última página, entendiendo qué pasa en ese mundo a medida que los poemas le despabilan la sensibilidad y le aguzan la percepción, como a la hora en que el sol todavía no se ha puesto y los faroles ya están prendidos.
Liliana Heer y Guillermo Saavedra, Diario de viaje de Pretty Jane, Paradiso, 2016,104 págs.
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