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El hada que no invitaron

Estela Figueroa

LITERATURA ARGENTINA

Los poemas reunidos de Estela Figueroa trazan una poética cuyo tema podría ser la vida en la provincia. Son poemas escritos con versos cortos; pocas metáforas, a veces un relato que rescata la memoria afectiva de la experiencia desde la voz de una madre como la guardiana del hogar repitiendo al infinito los ciclos de los almuerzos y cenas entre padres e hijos. La familia es como una casa y la tarea para sostener los vínculos y los roles familiares se realiza de una manera parecida, si no idéntica, a la de construir un hogar: “Los cimientos sostienen las paredes. / Las paredes sostienen el techo. / Esto constituye una casa. / Dentro de la casa conviven padres e hijos. / Esto constituye una familia. / La casa puede agrietarse. / La familia también. / Puede romperse como un frágil cacharro / sin demasiado estruendo”. Nada garantiza que estemos a resguardo del ostracismo ni que los lazos construidos  durante vidas enteras se puedan pulverizar de un momento a otro.

La poesía es un refugio ante el temor de la disolución de cualquier forma de sentido: “Tomando con cuidado las palabras / como a manos pequeñas / arma, disuelve versos / armándose de miedo contra el miedo”. Desde este lugar es la escritura una zona imaginaria al resguardo de las ruinas de lo real y es el hilo que hilvana y sostiene las biografías de cada miembro de la familia unidas como hacia el interior de un ovillo: “Un hilo tenue me ata / a lo que hasta ayer / llamaba realidad. / Mi realidad: aquella / boca negra que se abrió / para herirme”. Toda herida encuentra reparación en la escritura y en las analogías con el universo de los animales, las estaciones del año, los ríos y las plantas: “Frágil como los pensamientos / a los que una ligera / lluvia aplasta. /Abierta como el paraíso / que juega / con las gotas. / Manos desconocidas / revolvieron el césped / donde escribí palabras. / ¿Buscaban tesoros ocultos? / Soy hosca / como el cactus”. Las formas de vida de la naturaleza encuentran su correlato en nuestra experiencia. Figueroa habla desde un yo que sincera su dolor y su pérdida sin marcar ninguna distancia y, a la vez, sin caer en un tono intimista. El no hacer es un modo de evitar o de revertir el daño. Las emociones están contenidas y son el resultado de una vivencia que desborda los límites de lo decible: “No sé por qué / tuve el impulso de cortar una flor / que resplandecía solitaria /en medio de la destrucción / y traerla a mi casa. / Y me contuve”.

Hay una teoría de la pérdida en los versos que siguen: “Pronto va a hacer / tres años de tu muerte / y todavía no la acepto. / Quise colgar tu retrato en la pared / y no pude. / Volví a guardarlo. / El clavo quedó allí / sosteniendo tu ausencia”. La imposibilidad de ejercitar el olvido encuentra su voz en este poema, aquí la memoria es muy sensible y selectiva a la hora de restaurar las faltas del mundo interior, y aquello que regresa mantiene su resonancia afectiva en el presente de manera intacta.

En la obra de Estela Figueroa son recurrentes las preguntas sobre la relación entre madre e hija, la muerte, la figura del padre, las representaciones acerca del amor y acerca del desamor, los amigos y la soledad. Pero también existen certezas que funcionan como una reivindicación frente a la intemperie y que implican además una forma de narrarnos y de corrernos del lugar de la carencia dignamente. Por eso elijo estos versos para completar la lectura del poema “Principio de febrero”: “No. / No me sostengas que no voy a caerme. / Sólo se caen las estrellas fugaces / y yo —te dije — / quiero permanecer”.

 

Estela Figueroa, El hada que no invitaron. Obra poética reunida 1985-2016, Bajo la Luna, 2016, 214 págs.

23 Feb, 2017
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