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Pasajera del viento

Irma Cuña

LITERATURA ARGENTINA

Sin haber sido demasiado difundida en el nivel nacional, la poesía de Irma Cuña (1932-2004) ha ejercido una intensa gravitación en la literatura patagónica y desde ahí sigue proyectándose. Desde ahí se sostiene y obliga a recorrerla como quien redescubre, más allá de las diferentes posturas poéticas, los lugares por donde su poesía transita –pienso en Estaciones de la sed, de Raúl Mansilla, o en los poemas de Andrés Cursaro, por dar sólo dos ejemplos–. La vastedad de un paisaje barrido por el viento, las arenas en el aire, la sequedad, ese territorio de distancias inabarcables que, como ningún otro en el país, alienta a la constante fundación, a la constante afirmación –incluso de una identidad–, tiñe la poesía del sur. En Neuquina (1956), su primer libro, la necesidad de afirmación del origen coloca su escritura como una bandera en un espacio de bardas y dunas. Si en sus comienzos muestra destreza en el uso de metros como el heptasílabo o el endecasílabo (dice en “Cactus”: “ha estallado su flor de seda roja / en la espina durísima y reseca”), después de los años sesenta manifiesta un uso métrico y léxico más libre y menos culto: “Ahora, / después de la sorpresa de la lluvia, / escucho esta maquinita tipitop, / este alfabeto que se entreabre susurrando apenas, / en la tibieza”.

Esta antología prologada y seleccionada por la poeta Irene Gruss presenta un recorrido por la obra de Irma Cuña que se convierte en un merecido reconocimiento. Habría que agregar algunos datos sorprendentes de su biografía: fue discípula de Ezequiel Martínez Estrada; en el Collège de France, estuvo dirigida en su tesis doctoral por Marcel Bataillon; fue miembro de la Academia Argentina de Letras. Una trayectoria nada habitual, sobre todo para una mujer o quizás por eso mismo, y porque luego decidió reinstalarse en su provincia, lo que tal vez propició que su figura no fuera destacada más allá del corpus regional.

El hilo que recorre y enmadeja su poesía es el apego al paisaje desértico donde encuentra algo de sí: “La duna es el paisaje de mí misma”, y también ese mundo de los otros transitado por la aridez, como en la “Tejendera”: “Seguís urdiendo atenta / sin preguntas, / la geometría interminable / –blanco y negro– / de la disolución y del olvido”. O en el poema dedicado a Palmira Painefilu, descendiente mapuche, donde dice: “ambas espejos de la tierra / ¡qué oscuro resultó reconocernos!”. Pero además de las improntas ligadas al territorio, ese hilo poético lleva un sello, una huella de humanidad doliente que no podría asociarse estrictamente con ningún dato biográfico, geográfico o histórico. Una humanidad doliente que quizá tenga más relación con un destino perceptivo hacia el padecer, con un sentido del ser en la vicisitud al que se asocia el reiterado interrogante sobre la soledad: “¿Qué he de hacer, solitaria / como he nacido entre las cosas?”. No podría el lector mantenerse en la superficie sonora del poema sin ahondar en ese retiro radical: “voy sola por el gran desierto”, y con la voz de la poeta, observar y preguntarse mientras sopla el viento de la estepa.

 

Irma Cuña, Pasajera del viento. Antología poética, selección y prólogo de Irene Gruss, Fondo de Cultura Económica, 2013, 168 págs.

28 Nov, 2013
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