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Un drama eléctrico

Lucas Soares

LITERATURA ARGENTINA

En el nuevo libro de Lucas Soares predomina un tono epigramático, versos dispersos, breves como esquirlas, que articulan un único poema, juego de contrastes entre sonido y silencio. El mundo, desde esta perspectiva, es una cámara acústica atravesada por imágenes sonoras casi imperceptibles: “un cuarto / que puede llevarte / al borde de la locura / en menos de una hora / el cuarto / más tranquilo y silencioso del mundo / donde los oídos a oscuras llegan a escuchar: los temblores / de su cuerpo / apoyado sobre la entrada / de una obra en construcción / parada”. Lo que se escucha, y lo que se ve, es una secuencia ininterrumpida de escenas que integran en un mismo plano enjambres de palomas, canciones de bandas de los años ochenta, bolsas de supermercado, voces de madres mientras miran televisión por la mañana, carteles maltratados por el paso del tiempo y frases de personajes de la cultura oriental.

La materia de los textos de Soares es la realidad misma y la escritura se sostiene como el tambaleo de un equilibrista en el vacío. El poeta se mimetiza con lo que dice y lo que escucha. El espacio exterior se convierte en una habitación privada, un universo íntimo desde el cual se percibe de manera fragmentada lo real. Hay un doble movimiento, parecido a un bucle, entre la representación mental, el significado de las cosas y las cosas en sí designadas por la lengua. A veces aquello que nombramos no coincide con aquello que nos representamos mentalmente; cuando eso sucede, el resultado del desacuerdo es enigmático y nos obliga a revisar el modo de entender nuestra relación con las palabras.

La lengua aquí es un ojo, sí, pero también es un órgano que traduce sonidos desde un terreno cercano al ruido y al silencio. No sólo se fotografía la realidad sino que se registran los ruidos y los sonidos que acompañan los espacios cotidianos: “el zumbido / de una puerta giratoria / y las distintas velocidades / de la gente / al empujarla […] un globo / de hello kitty / pegado al techo / de una estación de tren / perdiendo / de a poco / el aire / de su personaje”. Los versos parecen estar inscriptos en un encuadre óptico, dibujando un paisaje narrado con la visión, como planteaba John Cage; en este caso, el poeta comparte las inquietudes y los desafíos del fotógrafo. No hay momentos epifánicos; todo se sostiene en una línea monocorde y visual donde la subjetividad se funde con los acontecimientos provenientes de afuera en una síntesis de lirismo urbano. Las imágenes sostienen el mundo del poeta. Narran una vivencia desde las coordenadas del aquí y ahora; más allá de los hechos del pasado o del porvenir, Soares escribe desde un presente que reúne distintos ángulos y puntos de vista en una misma enunciación poética.

Para Gilles Deleuze, un libro es como una máquina asignificante cuyo único problema es si funciona o no, y también cómo funciona. Es decir, una suerte de dispositivo de lectura que tiene o no efecto de acuerdo con el modo en que nos vinculemos con él y de acuerdo con nuestras intenciones. En el camino están la intensidad y la emoción, donde no hay nada que explicar, ni argumentar o interpretar, como si entre el lector y el texto hubiera una conexión eléctrica. En esa dirección releo los versos de Lucas Soares como si la electricidad salpicara al lector: “atascado / en el cuarto / como una paloma / en el drama / de su cable eléctrico”.

 

Lucas Soares, Un drama eléctrico, Caleta Olivia, 2016, 50 págs.

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