En 1922, el psiquiatra alemán Hans Prinzhorn publicó Expresiones de la locura: el arte de los enfermos mentales, un análisis de los límites entre psicopatología y creación artística. El libro, que incluía la reproducción de obras seleccionadas de entre 350 pacientes internados en hospitales neuropsiquiátricos de Alemania, Suiza, Italia, Austria y Holanda, fue admirado por expresionistas y surrealistas, quienes lo consideraron un objeto de culto. Si en lugar de pinturas y dibujos Prinzhorn hubiera seleccionado los escritos de los pacientes, tendríamos algo similar a los relatos que escanden ¡Alemania, Alemania!, del uruguayo Felipe Polleri. Segmentada en tres partes independientes que guardan correspondencias entre sí, la novela es un esperpento imaginativo, un repertorio descoyuntado de los cruces entre arte y locura y una versión libérrima de la Segunda Guerra Mundial. Enclenques y supurantes, Christopher, Parsifal y Antoine nos endilgan sendos monólogos a medida que se desdoblan.
Christopher es inglés, dice estar muerto y dice que “estar muerto se parece a estar vivo; pero con otro nombre”. Afecto a estos desplazamientos de estado y de identidades, a veces se hace llamar Marlowe, otras Shakespeare. En ocasiones es un espía al servicio de Su Majestad que ayuda a desbaratar un comando nazi que asesina niños, en otras él mismo es el asesino. Por momentos colabora con unos marcianos enanos, verdes y cabezones en librarse del yugo de una cruza de insectos humanoides, en otros la cabeza hinchada y verde es la suya debido a las golpizas que le propinaba su padre. Puede que estos sean los engranajes de un delirio no sistematizado (el personaje no esconde las internaciones voluntarias en hospitales psiquiátricos), pero por más que los dobles insistan, como dice Christopher, “una cosa es una cosa y otra cosa otra cosa”.
El relato del alemán Parsifal parece organizado a partir de los dibujos y pinturas de la Colección Prinzhorn que ilustran el texto. Tullido a causa de que su padre, el doctor Mengele, le amputara las piernas, se mueve en silla de ruedas o apoyado en dos bastones enormes como en el dibujo de Josef Förster. Cuenta haberse comido a sí mismo y haber renacido como un doble. “Para que todos crean que este es un mundo soportable hay que sustituir constantemente a los muertos, a los hijos y las madres asesinadas; entonces, aparecen los dobles o impostores o réplicas o androides elaborados en esos laboratorios negros que existen en todos los hospitales”. En ocasiones hay que retirar a los dobles antes de tiempo de las probetas y de este modo quedan enanos y deformes. Al igual que Christopher, Parsifal es asiduo visitante de hospitales psiquiátricos. En uno de ellos conoce al mismísimo Hans Prinzhorn, quien lo toma como paciente. Parsifal escribe una novela titulada Alemania y dice que un escritor “es un pájaro invisible que vuela de casa en casa para estudiar (y tomar nota) de la inagotable perversidad de los seres humanos, o sus dobles o impostores o réplicas o androides”.
Estructurado como un diccionario al que le faltan entradas o, mejor, como una máquina a la que le faltan piezas, el último relato trata del poder y la paranoia. Antoine es un escritor francés al que le extirparon la “euforia de vivir” en un quirófano. Ha escrito el Gran ensayo sobre la máquina, donde demuestra la inutilidad de las máquinas que los “Altos círculos del Poder” nos instalan apenas nacemos. Hay máquinas del Tartamudeo, del Llanto, del Insomnio, de la Espera, de las Ideas Negras, pero quizá sea la Máquina de Escribir las más importante, ya que usándola se la puede desmontar. Estas máquinas controlan quiénes somos porque la identidad “es como un manual, instructivo, etcétera, que repasamos todos los días para hacer lo mismo todos los días y creer, y hacerles creer a los demás, que somos los mismos, idénticos al de ayer y al de mañana, etcétera, etcétera”.
No hay terreno firme para el lector como no hay identidad fija para los personajes. Esta es una novela que no se contenta con hablar sobre la locura; el texto mismo es delirante. Informe y programáticamente desprolija, ¡Alemania, Alemania! destaca antes que nada por las torsiones y cabriolas que opera en la lengua.
Felipe Polleri, ¡Alemania, Alemania!, Letra Sudaca, 2018, 130 págs.
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