Pudo comprobarse en los dos conciertos que Craig Taborn dio en Buenos Aires en los últimos años, uno de piano solo, otro en trío con Chess Smith y Matt Manieri: su música maravilla. No es sólo la asimilación casi fisiológica de géneros diversos (bebop y jazz de vanguardia, free, rock, reggae, minimalismo, contemporánea, electroacústica y lo que venga), en cautivantes cadenas de estados de ánimo; es además la autoridad nunca presuntuosa con que obtiene nuevas sonoridades del piano, mediante teclado, cuerdas o loops, gracias a una soltura técnica que admiran hasta sus mejores colegas contemporáneos. Taborn figura en cerca de cien discos de otros músicos (sobre todo de vanguardia, como el saxofonista Tim Berne) y fue de los primeros pianistas de jazz en asociarse a la electrónica. En los últimos seis años produjo un tremendo cuerpo de obra personal que empezó con Avenging Angel (2011), una secuencia de cortes de piano solo que trae a la cabeza los Estudios de Ligeti, y siguió con Chants (2013, en trío), donde una superficie de ensoñación vela una densa espesura subacuática. Es lógico que en busca de más posibilidades ahora haya grabado en cuarteto, y con instrumentistas muy duchos en aglomerar estilos y ampliar perspectivas.
Los temas de Taborn son tan buenos y sucintos como los de Wayne Shorter pero cada pieza, así se ha dicho, es modular. Más que de la indagación de un motivo principal, está hecha de fragmentos melódicos discretos con desarrollos divagatorios que les extraen una complejidad no anunciada. Módulo a módulo las dinámicas cambian, los instrumentos se asocian o discrepan, cada momento tiene su carácter y, aunque puede haber transiciones, en general el corte entre uno y otro es brusco, así como los tracks o terminan de golpe o se desvanecen. ¿Pero qué es lo que en esta laxitud compositiva hace una pieza? En el tema epónimo del disco ("Fantasmas diurnos", puede traducirse, o Fantasmas de luz diurna"), una melodía morosa de pocos compases se repite en saxo y piano, estirándose, enredándose sin astillarse; en eso, punto; cambio de aliento: Taborn arranca con un ostinato grave, sobre el cual el saxo imprime difusos recuerdos del tema anterior, atisba un drone y caen como añicos notas agudas del piano; viene un intervalo de espectralismo que pronto se resquebraja ante el embate rockero de la batería y los contrapuntos del bajo; punto, pausa; y ahora parece que la melodía del comienzo se ha sobrepuesto, aunque no sin perder esplendor, como una luz de amanecer u ocaso que han rondado espectros del otro mundo o del inconsciente. Pero mientras uno fantasea, el siguiente tema, "Shining Glory" ("Gloria resplandeciente"), irrumpe con los cuatro músicos en un off beat de calipso, que dará paso a un borrascoso festejo free, que se aplaca en una recua de riffs líricos, y así de seguido. El oído busca etiquetas para lo que está sonando, el pensamiento se las ofrece, y en cuanto la lengua pone los nombres —espectros, añicos, festejo— uno ve una situación ominosa o celebratoria. Mientras se transfigura en el tiempo, cada composición de Taborn promueve una amplitud espacial. Es una música sinestésica: uno tiende a escucharla como una historia y los módulos funcionan como episodios o escenas. Los títulos —"Resto abandonado", "El gran silencio", "Adiós jamaiquino", "Sutiles ecuaciones vivientes"— cooperan en insinuar una narración extensa, o una serie de cuadros o escenas efímeras. De la famosa inefabilidad de la música surge un excedente que en seguida se agota hasta que se vuelva a escuchar el disco; y entonces uno quizás corrija la escucha y vea otra cosa. Taborn, afroamericano pálido de pelo rojirrubio, es modesto y reservado. Más raro para su gremio es que ande a menudo por muestras de arte y museos de todo rubro, él murmura que en busca de títulos para definir la imaginación. En otro siglo se habría hablado de compositor programático. Hace unos años, de conceptualismo. Ya no; es un músico movido por el deseo y la necesidad de aliarse con otros lenguajes.
Daylight Ghosts, Craig Taborn, piano y electrónica; Chris Speed, saxo tenor y clarinetes; Dave ("Bad Plus"), batería y percusión electrónica; Chris Lightap, bajos acústico y eléctrico, ECM, 2017. [Otra Parte habría debido comentar este disco hace meses. Tratamos de reparar la falta ahora, porque es de lo mejor del año pasado.]
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