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Le voci sottovetro

MÚSICA

Un concierto atípico consagró con fineza la primavera porteña en la ex Biblioteca Nacional de la calle México. Muchos y raros talentos cooperaron para hacer posible estas nupcias de lo que, alejado sólo en apariencia, estaba predestinado a encontrarse en una misma experiencia musical. Uno se pregunta qué obstáculos debieron superar los intérpretes, qué generosidades pusieron en juego, para ofrecer un programa de tal calidad en una ciudad tan poco hospitalaria con proyectos de esta naturaleza.

El recorrido comenzó con “Semper Dowland semper dolens”, una de las pavanas con que se autorretrató el laudista isabelino John Dowland en sus Lachrimae de 1604. Una transición sutil llevó a los Cries of London, ramillete de pregones callejeros que Orlando Gibbons esparció con espíritu de etnógrafo urbano por encima de la textura acompasada del ensamble de violas. Casi cuatro siglos más tarde, Luciano Berio reformuló la propuesta para ocho voces solistas: en estos nuevos Cries de un antiguo Londres imaginario, el conjunto Nonsense volvió a combinar histrionismo, soltura interpretativa y, por si fuera poco, afinación intachable.

El más extravagante de los músicos renacentistas no podía faltar a esta cita entre lo antiguo y lo actual. Carlo Gesualdo, un maestro en la expresión hiperbólica de los afectos, musicalizó las torturas del amor en piezas de cromatismo exacerbado y audacia armónica sin parangones. Dos quintetos vocales interpretaron un par de sus madrigales más vehementes. Después de esa demostración de idoneidad, siguió Le voci sottovetro de Salvatore Sciarrino. La obra puede considerarse una suerte de palimpsesto en el que esos mismos madrigales, precedidos por dos piezas cortesanas, se confían a una mezzo-soprano —en este caso, el contratenor Damián Ramírez: estupenda elección—; la instrumentación resulta a la vez moderna y arcaizante. Al final les llegó el turno a las mareas sonoras de Thomas Tallis. Dispuestos en alto y distribuidos en ocho quintetos alrededor de la sala, los cantantes envolvieron literalmente al auditorio con los efectos estereofónicos del motete Spem in alium. Lucas Urdampilleta supo concertar con precisión las cuarenta voces independientes que se entretejen en este superclásico de la Era Tudor.

Tanto en sus experimentos armónicos como en la concreción de una música site specific —al margen de la sala de conciertos clásico-romántica—, las obras del Renacimiento pudieron —y pueden— entrelazarse con naturalidad con las búsquedas de la música actual. Hay que recordar, además, que este rendez-vous tuvo lugar en la sala Alberto Williams, una biblioteca prolijamente desmantelada que no sólo ofrece anaqueles vacíos sino también el esplendor en pausa de su arquitectura antigua. Cúpula y espacio reverberantes son ideales tanto para la suavidad discreta del whole consort de violas como para las suntuosidades extraterrenas de Tallis. Entre uno y otro extremo, no cabía imaginar alianza más feliz entre el stile antico, el madrigalismo desaforado y los palimpsestos recientes de la vanguardia italiana. Tampoco diálogo menos interrumpido entre las quejas agónicas por amores no correspondidos, pregones de la vieja Inglaterra que con el mismo énfasis ofrecen ligas de seda, ristras de ajo o bacalao, y esas palabras litúrgicas que no cesan de vender una mercancía sin duda más intangible: la esperanza.

 

Nonsense Ensamble Vocal de Solistas, Sonorama, Periwinckles Consort, Stile Antico y Ensamble Alutti, “Semper Dowland semper dolens”, de John Dowland; Cries of London, de Orlando Gibbons; Cries of London, de Luciano Berio; “Tu m’uccidi, o crudele” y “Moro, lasso”, de Carlo Gesualdo; Le voci sottovetro, de Salvatore Sciarrino y Spem in alium, de Thomas Tallis, Centro Nacional de la Música, Buenos Aires, 21 de septiembre de 2014.

 

 

 

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