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Sumirse en Desayuno de campeones no sólo implica reencontrarse con la voz de un escritor sin precursores. Vonnegut inventó un tono desenfadado, un modo de cortejar al lector, una manera de escribir fuera de cualquier canon o convención, sin proponer la ilegibilidad como signo de complicidad. Decir que es inclasificable es poco o nada. Casi ningún escritor saldría airoso del desafío de abreviar la historia del siglo XX norteamericano contada para extraterrestres, administrando además todo el caudal satírico –y sentimental– que presenta un relato apuntalado por un verosímil simple: todo parece creado o descubierto por un narrador voraz, atemporal, una especie de demiurgo o mago que manipula a sus personajes como marionetas y no se preocupa por ocultar los hilos. Las ilustraciones –hechas por el mismo Vonnegut– no hacen más que reforzar un verosímil extraído de un cuento de hadas.
Acompañar a los protagonistas, por un lado Kilgore Trout (un escritor estrambótico e impulsivo) en la ruta del fracaso, y por otro a Dwayne Hoover (un millonario tiranizado por la ecolalia) en su desopilante y esquizofrénica interioridad, resulta una experiencia ciclotímica difícil de definir: de la diversión a la compasión, y viceversa. El desfasaje entre tono y contenido produce al principio un efecto de sorpresa, y luego de fascinación rabiosa. Pero más allá de Kilgore y Dwayne está, sobre todo, la aventura herética del narrador, que escapa a todas las convenciones y que en el tramo final del libro empieza a dialogar con sus personajes, enseñándoles su propia naturaleza. Así Vonnegut practica un corte transversal sobre el cuerpo de la ficción y disecciona sus mecanismos: sin aviso, sin dejar rastros, rompe el tejido literario, a la manera de una mano que desarma una maqueta, y genera en la escritura una suerte de tridimensionalidad. El creador del universo, el demiurgo literario, irrumpe en escena. Tal vez por esa ruptura formal, Desayuno de campeones, entre las novelas de Vonnegut, sea la más innovadora sin ser menor o mayor. Un lector futuro, ese lector extraterrestre libre de convenciones y prejuicios en cuya piel nos sentimos por un rato, al terminar la lectura hereda un dispositivo crítico, estrafalario pero infalible, para preservarse de la alienación. Sin haber postulado sus ficciones al trono periódicamente disputado de la gran novela americana, Vonnegut escribió novelas americanas insólitas y tentaculares, que a largo plazo son enormes por sus efectos simbólicos.
Kurt Vonnegut, Desayuno de campeones, traducción de Carlos Gardini, La Bestia Equilátera, 2013, 299 págs.
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