Qué bien se llevan el teatro y lo fantástico. A los dos les gusta la duda y desaprender certezas, fronteras de todo tipo: de tiempo, espacio, identidad, ficción y realidad, muerte y vida. El teatro, por ser teatro, juega a entramar pasado y presente, historia pre-escrita y lo imprevisto o performático (un actor resfriado esa noche), personaje y persona, y lo que parece terminar o morir, pero vuelve en cada ensayo, en cada función, desmintiendo finales. Cuando, además, en la propia obra hay elementos de lo fantástico, todo se potencia. Y si a esto se le suman recursos escénicos acordes, el escalofrío es aún mayor: Pequeños círculos.
Escrita y dirigida por William Prociuk, y con las actuaciones de Alberto Suárez (Albert), Deborah Zanolli (Charlotte), Margarita Molfino (Sonia), Valentino Alonso (Albert joven) y Agustín Mendilaharzu (Héctor, el editor), la obra comienza con el planteo de misterios detectivescos en torno al amor, el suicidio y la escritura. Albert es un escritor de best-sellers, cuyas dos ex amantes también escribían y, en curiosa coincidencia, se suicidaron en la casa en la que todavía él habita. Enseguida se instaura la sospecha de plagio y hasta de asesinato. El hombre ahora se aboca a una obra —quizás la primera— y aparecen recuerdos, fantasmas, obsesiones, pugnas en la escritura y en la vida. En esta instancia, ya hay recursos escénicos que anticipan otras preguntas que irán más allá del primer nivel de la trama, acechando los límites entre criatura y creador, ficción y realidad, recuerdo y presente, y entre un personaje y otro. Dobles, metamorfosis, cintas de Moebius narrativas —reversibles, infinitas— coleteando por ahí, el escritor escrito, la obra dentro de la obra, personajes que —como los seis de Pirandello— adquieren vida autónoma: todos elementos que hábilmente se reflejan, ellos también, en la puesta en escena y la actuación de Pequeños círculos. Así, por ejemplo, al comienzo, se puede ver a Albert interrogado por una investigadora, pero el diálogo no se da en el mismo plano espacial y él responde acaloradamente en el living de su casa, cerca y frente al público, mientras que ella se ubica más atrás, en otro lugar, o tiempo, o nivel de realidad. Pero eso todavía no lo sabemos. Más tarde, para sugerir que un personaje es personaje “a la potencia”, escrito por Albert, vemos a este de lejos, sentado en su escritorio con la máquina de escribir, y más cerca a otros personajes (sus ex mujeres y Albert joven) encarnados por actores que dicen sus líneas y se mueven mecánicamente, al ritmo del tipeo, como salidos de la máquina, de la cabeza de Albert. En otro momento —en el que ya no vale pensar en términos de presente o pasado—, los personajes reviven y rebobinan, haciendo pausa o continuando: actores reproduciendo con sus cuerpos y voces un casete de los de antes. Pequeños círculos conjuga diestramente puesta, actuaciones y texto, y cuestiona nuestras dualidades más férreas, nuestras nociones de finitud, en un escenario que nos abarca. La obra va sembrando pistas y misterios policíacos y fantásticos, de los que germinan más preguntas, ganas de saber, entender, entendernos.
Pequeños círculos, dramaturgia y dirección de William Prociuk, Espacio Callejón, Buenos Aires.
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