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“El destino es un error de lectura”, le dice Rawson a Boris en uno de los tantos momentos de zozobra que padecen ambos personajes de Remar (un destino impropio), la obra de Mariano Saba que traduce la historia épica de Odiseo en clave argentina. La lectura, como forma del pensamiento, aparece aquí en toda su ambivalencia. Porque si quien escucha —lee— mal el habla porteña es un extranjero —el dios Poseidón reconvertido en el inversor desorientado Anuk—, el error puede volverse hallazgo humorístico: polio alude a poliomelitis, aunque pueda sonar como pollo, y picar quiere decir comer, además de pescar. Pero cuando son los argentinos quienes leen mal su propio destino, el error se convierte en tragedia. La cita del emblema de época estamos condenados al éxito es entonces pertinente: no es posible escapar de lo trágico si el destino se realiza como oxímoron.
Esta fantasía náutica piensa el presente argentino, además, gracias a la inversión de otra lectura ya fundacional: si Echeverría y Sarmiento percibieron la infinitud horizontal de la pampa como si fuera la extensión del mar, aquí es la puesta en escena mínima lo que nos sumerge inmediatamente en el agua. Los elementos son pocos y eficaces: un bote inmóvil sobre el piso, varios sonidos oportunos y la precisa dirección de actores, que tanto les permite jugar con la tradición popular —esas miradas hacia el público al mejor estilo Olmedo— como los impulsa a manejar técnicas corporales sofisticadas —los vemos nadar en un agua que no está—. El espacio despojado, signo del teatro antiespectacular que practica Mariano Saba, abre la brecha para que el conjunto viaje por el delta del Tigre, se estanque en unos pajonales pantanosos, salga luego al río y desemboque trágicamente en el mar.
Es que Rawson y Boris están en plena regata cuando un Poseidón invertido, que cambió la cola por una cabeza de pescado (¿rabioso?) y se hace hombre en el esquimal Anuk, los desvía y les hace perder el rumbo. Con la desorientación, el drama se hace presente para que los conflictos pongan en evidencia, siempre gracias al humor, ciertos rasgos del alma argentina. Linajes inmigratorios: ascendencia inglesa de Rawson y rusa de Boris, en disputa con italianos mafiosos y gallegos víctimas; lucha de clases: la jerarquía separa a Rawson, dirigente del club de remo, de Boris, el carpintero que debe mantener en buen estado los botes por un sueldo que nunca alcanza; el batacazo: Rawson acepta la apuesta de los italianos para salvar el club aun a riesgo de perderlo todo; la chantada: Anuk compra terrenos sin conocerlos y los encuentra completamente inundados; el rebusque: cuando la radio no funciona, insólitamente se bajan para buscar un toma en una tierra todavía cercana. Bajo estas condiciones no hace falta explicitar ninguna ideología, porque existe por debajo un fondo constitutivo: el hambre congénita de las clases populares, que Boris dice heredar de su abuelo ruso. Un hambre imposible de saciar.
Con todos los tiempos reunidos —remeros vestidos como tenistas de los setenta usan internet, o la radio a cuerda que también puede enchufarse—, el remo, metáfora de lucha, constancia y esfuerzo, viene desde la historia antigua hasta la realidad nacional para decir su verdadera odisea: en la Argentina siempre habrá que remarla.
Remar (un destino impropio), dramaturgia y dirección de Mariano Saba, Sportivo Teatral, Buenos Aires.
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