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Resultan conocidas las palabras de W.B. Yeats luego de asistir al estreno de Ubú rey: “Después de nosotros, el Dios Salvaje”. Y es que Ubú es un ser grotesco, amoral, cobarde, codicioso y cruel. En una trilogía absurda, delirante, nihilista y anárquica, Ubú subvierte todos los valores e instituciones de la civilización occidental en una escalada de injusticia, arbitrariedad, necedad e insaciable apetito. Así, se van por el inodoro las gestas patrióticas, las hazañas heroicas, los discursos altruistas, los ideales del progreso y del orden; pero también las temáticas y las formas escénicas bien hechas del drama serio de finales del siglo XIX. Conjurado por Mariana Chaud y su grupo de actores —Marcos Ferrante, Santiago Gobernori, Laura Paredes, Agustín Rittano y Fernando Tur—, vuelve al escenario de Buenos Aires —su presencia en estas latitudes tiene su propia y fecunda historia—. El espectáculo abre con una versión reducida de las andanzas de este ser mitológico y las proporciones requeridas del mundo shakespeareano, la pincelada burda y la picardía infantil. Hasta aquí, Ubú rey —como señalan los propios actores— en el preciso momento en que llega al poder.
Luego, Alfred Jarry. Aquí los textos no son teatrales: Los días y las noches y Gestas y opiniones del Doctor Faustroll Patafísico. El primero, en clave biográfica, dispara contra el autoritarismo castrense, la homofobia de la moral burguesa y las variadas formas del ejercicio sádico del poder. El segundo versa sobre aquella “ciencia de soluciones imaginarias” para dinamitar las formas racionales del sentido, poner a prueba los usos y juegos del lenguaje, ejercitar las destrezas y artes de la escena teatral.
La troupe de actores trabaja afanosamente en la construcción de esta ceremonia. Como oficiantes bufonescos, estudiantes que se divierten con sus propias bromas, cómicos de películas mudas, vacas, gallinas, reyes, soldados, campesinos, ciclistas y figuras de comparsa, sus performances no hacen más que redoblar la sátira antisocial y antiteatral. Su desmesura, extravagancia y autoparodia avanzan sobre los personajes y, paralelamente, sobre los propios intentos de montaje.
En un tercer momento, un grupo de indios, parecidos a los de otra obra de Chaud, Los sueños de Cohanaco, tiene prisionera a Madre Ubú. En un paisaje prehistórico —o poshistórico— salpicado de objetos amorfos, redondos y blanquecinos, estos indios debaten cuestiones metafísicas —o patafísicas— acerca de los huevos de ñandú que los rodean —aunque los objetos bien podrían ser otra cosa—. Payada disparatada, ritual telúrico, la Patagonia finalmente es otra forma de invocar a Polonia, de imaginar otra Niguna Parte, de llamar a los espíritus de Ubú y Jarry.
Como nos recuerda Mercedes Halfon, estas invocaciones propician un “contacto con ese cuerpo de ideas, esa liturgia poderosa […]. Una tradición que reclama ser retomada, para discutirse, repensarse y también para reflexionar sobre la práctica del teatro hoy, en esta ciudad”. Continuamos soñando con el Dios Salvaje, y —como afirmaba Chaud sobre aquella otra gesta del cacique Cohanaco— tal vez él esté, a su vez, soñándonos.
Jarry, Ubú patagónico, dramaturgia y dirección de Mariana Chaud, Ciclo Invocaciones, concepto y curaduría de Mercedes Halfon, Centro Cultural San Martín, Buenos Aires.
La fascinación por la perpetuidad de los objetos y lo que ellos esconden es un elemento central de nuestra idea de cultura. Cultural es lo perdurable y...
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