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Cameron está ambientada en una ciudad imprecisa, rodeada por un pobrísimo barrio Alto; una ciudad donde nieva y corre un río y hay un puente de hierro. Allí, Julio Cameron consume los últimos años de su vida en una soledad empecinada y tal vez forzosa. Es el último de una estirpe que cuenta con un General de la Patria pero que culmina en un viejo con una pierna ortopédica y una historia secreta, que vive rodeado de nombres del pasado. En el presente Mita, Juan Silverio, Elda Cook, Orsini son los personajes en los que Cameron ensaya el refugio. Una mujer que vuelve todos los inviernos, un locutor que bebe, una cantante de jazz, un oscuro burócrata bancario configuran el presente de Cameron, un presente siempre resbaladizo en el que “Nada es igual después de un error”. Porque Cameron se oculta y observa, celosamente, sin advertir que tal vez sea él el observado.
El ritmo de policial negro, las referencias a la historia argentina, la trama ajustada convierten a Cameron en una novela potente en su brevedad. “La huella es la memoria de una ausencia”, dice un poema que Pajarito Lernú escribió para Julio Cameron y que tal vez funciona como piedra basal del relato. Esas huellas, que se yuxtaponen en aparente desorden, trazan una constelación que multiplica los sentidos del relato y, al mismo tiempo, responden a una lógica argumental impecable.
Hernán Ronsino ha escrito un libro inimaginable para sus lectores. Rompe en Cameron la continuidad ficcional de sus novelas anteriores y propone la desorientación como experiencia. Lo que el lector espera no se produce, o lo hace como un eco desfasado. En La descomposición (2007), en Glaxo (2009), en Lumbre (2013), la construcción de un lugar y de un elenco de personajes constituye un diálogo con la historia, la política y la literatura argentinas que dota de unidad a esas novelas. Pero los vínculos que establece Cameron con la historia son diferentes, desbaratan la lógica referencial apoyándose en la resonancia de los significantes y llevan la ficción a una deriva que recuerda la dinámica del sueño o la alucinación. El sentido histórico aparece desplazado, invertido, pero atado a los rastros que lo delatan.
Desde el comienzo somos llevados por una lengua recia que evoca la de los personajes faulknerianos, hombres para los que el mundo es ante todo hostilidad. Los muchos personajes que integran el pasado de Cameron reclaman poco a poco su lugar, hasta despejar un relato ominoso.
En la escena final, Mita, la mujer que regresa todos los inviernos, descubre sin saberlo al último Cameron, se acerca a la casa “improvisando el andar a partir de ciertos puntos de referencia”. No hay mejor propuesta de lectura para esta novela admirable.
Hernán Ronsino, Cameron, Eterna Cadencia, 2018, 80 págs.
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