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“Fuerzas de choque, catapultas contra las murallas desconchadas de la perspectiva y la tradición”. Así calificaba Rubén Darío a sus escritores raros en un legendario volumen de 1895, que otros como Pere Gimferrer han emulado con acierto. Aunque para este último la cada vez más difusa existencia de una verdadera tradición hiciera evidente que lo raro es y ha sido, sobre todo, “lo mal leído, o mal comprendido, o mal difundido”. Tanto los adjetivos propuestos por el intelectual catalán como las ideas defendidas por el adalid del modernismo hispanoamericano sirven para fijar la instantánea de una obra y un autor como Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942).
Ornitólogo defensor de aves necrófagas y especialista en el buitre leonado, jugador de póker profesional y ex cooperador de los servicios de inteligencia, autor secreto y, por qué no, Bartleby apartado por casi treinta años de la palestra literaria: su perfil biográfico se antoja diseñado por un agente que busca congregar excentricidades en una faja de promoción. Contrario a lo que pueda imaginarse, el exceso en la apostilla de los datos personales no hace más que acercarnos al rarísimo universo de su más reciente publicación, Besos humanos.
Se trata de una colección de sesenta y tres piezas narrativas, iconoclastas e inclasificables, que condensan a la perfección un mundo literario al que hasta ahora muy pocos lectores habían tenido el placer de entrar. Un espacio conformado, precisamente, mediante aves de rapiña, cadáveres humanos y animales, personajes pintorescos e igualmente siniestros que se desdoblan y cuestionan la realidad valiéndose de mecanismos oníricos y una curiosa devoción por el extrañamiento en la más pura de las estelas kafkianas.
A la singularidad de los temas se une la diversidad de los registros. Ferrer Lerín ejerce una escritura limítrofe cuya única certeza radica en la evasión de los presupuestos del género. Besos humanos transita sin reparo del apunte biográfico a la situación teatral; del relato fantástico a la apropiación enciclopédica; del desvarío poético al retrato costumbrista. El volumen tiene el carácter experimental del cuaderno de trabajo y en él asoma todo el tiempo un proyecto de escritura. Para Ferrer Lerín, el relato, y me atrevería a decir que la literatura entera, es siempre una sugerencia; una idea no resuelta que cristaliza más allá de la página. La actitud y los recursos recuerdan en ocasiones al magnífico compendio de argumentos que dan forma a Centuria (1982), de Giorgio Manganelli.
Otras veces el inevitable trasiego kafkiano hace funcionar tramas igualmente siniestras. Un hombre al que los ácaros le devoran la espalda ocasionando su debacle económica (“Malas sábanas”). Un cadáver que se sirve de los gases de su propia descomposición para tocar una armónica en miniatura (“Mariety y la armónica”). Un hombre que engendra verrugas vivientes capaces de evolucionar hasta formas humanas de variada profesión y categoría social (“Avellana”). Un Meursault versión burócrata que sucumbe cegado por el brillo insoportable de sus propios mocasines (“Brillo”). Incluso un Ferrer Lerín que se desdobla, toma el aperitivo consigo mismo —patatas Lays onduladas y Campari— y descubre anomalías en su documentación que le auguran la catástrofe (“Partida de nacimiento”).
Hay algo profundamente arcaico en ese universo que, por cercanía o por tratamiento, o incluso por astucia, se vuelve de pronto rabiosamente nuevo. Sus referentes más cercanos, mediterráneos, generacionales, ¿posfranquistas?, se cargan de una extraña capa de crueldad y absurdo, de áspero erotismo y descarriada imaginación creadora. No hay temor, entonces, para insistir en la rareza del proyecto de Ferrer Lerín a pesar del peligro de coquetear con el tópico. La advertencia la hace Ignacio Echevarría, artífice de la recopilación, en las primeras líneas del epílogo que acompaña el libro: que la extravagancia y el culto son ideas asociadas al autor, y que es precisamente ese atuendo de anomalía el que aleja a no pocos lectores de su obra.
Para fortuna de quien esto escribe, es el propio Ferrer Lerín quien resuelve la polémica en una entrevista para El Heraldo de Aragón cuando dice: “La anomalía casi siempre es contemplada desde el desprecio o, como mucho, desde el estudio científico; artes divagatorias poco recomendables, porque el monstruo anida en nosotros mismos y nadie querría tirar piedras contra su propio tejado”.
Francisco Ferrer Lerín, Besos humanos, Anagrama, 2018, 176 págs.
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