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Mejor aclararlo desde el principio: John Connolly es lo mejor que le pasó a la serie negra desde Elmore Leonard y James Ellroy. A excepción de estos últimos renovadores, desde mediados de la década del ochenta el género había declinado hacia la parodia más o menos voluntaria y, en los últimos años, parecía asediado por un fenómeno de dudosa calidad literaria y consecuencias aún imprevisibles: el policial de ascendencia nórdica. En cuanto al propio Connolly, ya esa obra maestra titulada Los atormentados (2007) había despejado los temores que cualquier seguidor de la saga del detective Charlie Parker podía haber empezado a sentir en algún momento: esto es, que la serie se transformara en una especie de “Harry Potter para adultos”. Aunque a medida que avanza la saga quedan cada vez menos dudas de que el autor conoce tanto las claves más puras del género como las limitaciones y repeticiones en que venía agotándose. Connolly no inventa el noir fantástico-terrorífico, un mérito que podría corresponderles a William Hjortsberg, Clive Barker y William Peter Blatty, pero, en sus manos, algunos de los materiales más anquilosados de la tradición aparecen repotenciados por una mirada y un estilo que se desentienden de lo meramente referencial para perfeccionar, en cada nueva entrega, un mundo y una poética muy particulares. Fantasmagórica aunque nítida, barroca sin llegar a los extremos de disolverse en el vacío, su prosa ha ido ganando un extraño tipo de contundencia basada en la penetración de un mundo fuertemente codificado (el de los gangsters, la policía, los asesinos seriales y los detectives privados) por parte de un horror de tintes metafísicos que parece la consecuencia lógica –o el desborde inevitable– de un estado general de podredumbre moral y desvarío social. Cuervos (en principio, una de las novelas más “realistas” de la serie) es ejemplar al respecto: mientras avanza una trama policial de ribetes bien clásicos, los desvíos hacia los ángulos puramente fantásticos intensifican los aspectos más siniestros de la realidad, a la manera de hilos conductores entre dos mundos que, sin terminar de coincidir, se espían el uno al otro con los ojos poblados de pesadillas. En tránsito entre ellos, Charlie Parker, sujeto de rara y casi perfecta extrañeza entre los descendientes de Sam Spade y Philip Marlowe, parece un objeto doloroso incrustado en un sueño macabro que aún no termina de formarse.
John Connolly, Cuervos, traducción de Carlos Milla Soler, Tusquets, 2013, 384 págs.
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