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Lo primero que salta a la vista es el uso de la preposición en el título. Al elegir el “de” en vez del más esperable “del”, Pavese se olvida del artesano para enfocarse exclusivamente en la artesanía. Su intención no es desmigajar los rudimentos de un poeta en particular —los rudimentos de Cesare Pavese, autor de Trabajar cansa (1936) y de los poemas reunidos en Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1951)—, sino explorar a fondo el oficio inveterado, el oscuro mestiere que pulsa bajo la métrica y el ritmo. Reedición del libro de culto que la editorial Nueva Visión lanzó de este lado del océano a mitad del siglo XX, El oficio de poeta recupera su luz para insistir sobre el tema que obsesionó a Pavese hasta su suicidio en Turín: la poesía como mito, como hilo conductor a la infancia original del hombre.
“Todos sentimos que vivimos en un tiempo en que se hace necesario volver a llevar las palabras a la sólida y desnuda limpieza de cuando el hombre las creaba para servirse de ellas”, reflexiona en uno de los ensayos. El mito no es sólo el pasado, un mero primer día sobre la tierra; la cronología no alcanza para reclamarlo ni describirlo. El mito sucedió, sucede y sucederá siempre que el poeta se abisme en lo indistinto para revirginizarse y destilar su canto. Esta idea se repite en el libro una y otra vez, de texto en texto, relegando las otras a un rol subsidiario. El esquema pavesiano se construye a partir de la monotonía, que el piamontés usa a conciencia: “Todo auténtico escritor es espléndidamente monótono”, dice en otra parte.
A partir de esa matriz, enriqueciéndola, apuntalándola más o menos directamente, surgen las demás preocupaciones. Pavese escribe contra el poemario como unidad conceptual y años más tarde admite la contradicción al descubrir el sistema furtivo que unía los poemas de Trabajar cansa. Se defiende en retrospectiva de los círculos fascistas que lo atacaban por su extranjerismo militante, conflicto que lo empata con Borges, y demuestra cómo su admirada literatura estadounidense —Whitman, Melville, Faulkner, Steinbeck, Caldwell y el menos conocido Cain, por quien Pavese sentía devoción— no era más que un retorno al antiguo canon europeo. También compara crónica y novela para enaltecer a esta segunda, porque en definitiva todos los acontecimientos ya han ocurrido y lo que importa es la voz mítica, que late fuera del tiempo, y pasa revista a su dilatada carrera como traductor, que le enseñó cómo no tenía que escribir, a qué grandes escritores no debía imitar.
Compilado y traducido en su momento por Rodolfo Alonso y Hugo Gola, el libro suma ahora un apéndice que incluye uno de los segmentos de Diálogos con Leucó (1947) —libro que Pavese dejó abierto, a manera de epitafio, en la habitación de hotel de donde se lo llevó la muerte— y un cuento de Fiestas de agosto (1944). Ambos textos ilustran los pensamientos vertidos en los ensayos y subrayan lo que Pavese decía sin palabras: al fondo de todo esto, la poesía es trabajo. Un trabajo que no cansa. Un esfuerzo, a pesar de todos los obstáculos, por encontrar una forma de ser feliz.
Cesare Pavese, El oficio de poeta, traducción de Rodolfo Alonso y Hugo Gola, Duino, 2018, 200 págs.
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