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Aunque la retrospectiva que le dedica el Jewish Museum de Nueva York llega en tiempos del #metoo, el #notmypresident y el #antigentrification, Martha Rosler lleva más de cinco décadas develando las miserias de la dominación masculina, los desastres de la guerra y la progresiva implosión de la diversidad urbana que la especulación inmobiliaria prefiere llamar “gentrificación”. Feminista antes de los feminismos, pacifista antes de las protestas anti-Vietnam, a espaldas del mercado y alerta a la instrumentalización del arte político como válvula de escape del descontento social, Rosler reunió lo que el activismo o el arte político a menudo separan y abrió a todos los medios —fotografía, video, performance, escultura, instalación— la exploración estética que el expresionismo abstracto de sus comienzos condenaba a la pintura y el plano. Basta ver una de las series de collages que abren la muestra, House Beautiful (Bringing the War Home) (1967), para calibrar la potencia política de su mirada. El arte no puede cambiar el mundo, piensa Rosler mucho antes que Jacques Rancière, pero puede modificar lo visible, las formas de percibirlo y expresarlo. Con una ironía cáustica que recuerda a John Heartfield o Hannah Höch, imágenes crudas de la Guerra de Vietnam (la primera “guerra de living” que los norteamericanos siguieron por televisión) asoman por las ventanas o irrumpen en los hogares, mientras las impecables amas de casa que retrata la revista Life pasan la aspiradora, cocinan o se maquillan. Sobran los comentarios cuando la serie se extiende en un trágico encore en 2003, 2004 y 2008, con imágenes de las guerras de Iraq y Afganistán.
Promediando el recorrido, una de sus obras más celebradas, Semiotics of the Kitchen, resume bien la mezcla de vehemencia, ingenio y gracia (despojamiento nouvelle vague + didactismo televisivo + humor Monty Python) que en los años setenta inspiró a muchos artistas y hoy, se diría, reaparece renovada en la obra de Hito Steyerl: una Doña Petrona desquiciada (la propia Rosler) lista implementos de cocina en una especie de alfabeto animado y los esgrime con furia frente a la cámara como armas de combate. Gran lección para los feminismos y los activismos reactivados: la tenacidad de la mirada crítica no está reñida con el humor, la teatralidad o la elegancia distanciada. Y por si no ha quedado claro en el ejercicio de semiótica aplicada, otra obra célebre, The Bowery in Two Inadequate Descriptive Systems (1974-1975), deja ver desde el título (“El Bowery en dos sistemas descriptivos inadecuados”) que lo que desvela a Rosler y multiplica los medios y los lenguajes son los dilemas de la representación: ni las fotos sórdidas del Bowery antes de la gentrificación, ni las palabras que aluden a los borrachos que las fotos se niegan a mostrar alcanzan a representar la infravida del barrio pauperizado.
Cuarenta años más tarde, texto e imagen se reúnen otra vez en Point n’ Shoot (2016-2018), que cierra provisionalmente el arco de la vida política norteamericana con una paradoja flagrante. Sobre una foto de Trump apuntando a la cámara, Rosler imprime en rojo una frase tristemente célebre del presidente en campaña: “Es increíble. Podría parame en la 5ta Avenida y dispararle a alguien sin perder un solo voto”. Por detrás se listan los nombres de los afroamericanos y latinos que la policía mató impunemente en los últimos años, pero hay una ironía aún más dramática; por increíble que parezca, la frase de Trump sigue siendo verdad.
“Nunca pensé que el arte podía cambiar el mundo”, insiste Rosler como una coda a su Irrespective. “El arte es una fuerza potente. Pero es insignificante [‘enclenque’, dice en realidad] comparado con otros poderes”.
Martha Rosler, Irrespective, Jewish Museum, Nueva York, 2 de noviembre de 2018 – 3 de marzo de 2019.
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