Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Los textos de Gonzalo Maier (Talcahuano, Chile, 1981), entre la autoficción castigadora y la divagación ensayística, entre el dietario distraído y la estructura luminosa, siempre irónicos, tienen cierto aire de familia con los de Sergio Pitol, Fabio Morábito, Mario Levrero y Roberto Merino (con Santiago de Chile siempre en el espejo retrovisor). El gran tema de Hay un mundo en otra parte es la procrastinación, la pérdida de tiempo, que se narra por supuesto a través de paréntesis conceptuales, contrapuntos, desvíos varios: “Siempre he defendido las digresiones y el arte de perder el hilo, de irse por la tangente a lugares hermosos, pero si hay algo todavía mejor es contradecirse”.
La escritura se contrapone a Internet y a la televisión de un modo armónico, sin tremendismo ni apocalipsis, como parte del realismo de la vida cotidiana. Al fin y al cabo, la pantalla se parece mucho a la ventana del primer relato, “Un año más o menos largo”, a través de la que el narrador se obsesiona con una veintena de gallinas. Unas gallinas —que como el coche francés o el coche ruso o la compañera de piso holandesa— se convierten en un foco falso, en un correlato hueco, en una máscara o un espejo que nos distrae a intervalos del único protagonista, el yo adversativo que hilvana los cuentos y que tiene algo de hipnótico, con sus decisiones y sus reflexiones y sus citas literarias y sus análisis de poéticas cinematográficas y sus conclusiones, de tono menor y no obstante inesperadas. En otras palabras, pareciera que todos los relatos hablan de la dislocación, del deseo de huir o de estar en otra parte, de que lo ajeno siempre es mejor que lo propio, o más adecuado, o más interesante; pero en realidad monologan sobre la fascinación, heredera de Michel de Montaigne o de Xavier de Maistre, por las periferias y los rincones del yo.
El arte contemporáneo se parece a la tele, afirma el narrador, porque ambos tienen el mismo objetivo: “tratar de entender el mundo (aunque a primera vista no se entienda nada)”. Esa es la paradoja en que se instala este libro que nos mantiene atentos y no obstante tranquilos, encantados y sin embargo desconfiados, de la primera a la última página.
Gonzalo Maier, Hay un mundo en otra parte (Mapa de las lenguas), Literatura Random House, 2018, 112 págs.
Después de la década de 1950, dice Carlos Monsiváis, el muralismo mexicano se traslada a los barrios chicanos de Estados Unidos. El stencil que ilustra la portada...
El hundimiento de un país deja ruinas y cascotes que tienen nombres propios. En el caso de Venezuela, son los nombres de las mujeres que perdieron a...
El primero de los diez relatos de este libro, “Mal de ojo”, podría funcionar como un perro lazarillo a través de sus historias enhebradas. En él, la...
Send this to friend