LITERATURA IBEROAMERICANA

El problema es el lenguaje. Y el lenguaje lo es todo. En un contexto dominado por las narrativas seriadas que reformulan constantemente sus entretenidas estrategias comunicativas sin cuestionarlas, disminuyendo la reflexión al mínimo y evitando la autocrítica, la vanguardia se podría definir como la zona de las artes donde se interroga constantemente la idea de representación mediante un storytelling que sí incluye el ensayo, en fórmulas siempre bajo sospecha. El mainstream es casi siempre afirmativo; las artes avanzadas, interrogativas o subjuntivas.

En su última novela, Luis Rodríguez asume con total conciencia su condición de escritor experimental, interrogante y subjuntivo. Se embarca en el reto de escribir después de Beckett, Borges o Juan Goytisolo. Y, mediante instrumentos de la poesía visual y la novela posmoderna, construye un circuito de tramas entrecruzadas en el que la muerte de Luis Rodríguez —como la de JG en El sitio de los sitios (1995) o la de Michel Houellebecq en El mapa y el territorio (2010)— y una versión muy libre de “La lotería en Babilonia”, narradas por varias voces, nos conducen por una geografía española eminentemente rural que se aleja del glamour posible de Dublín, París o Buenos Aires. Un laboratorio literario puede tener aspecto de granja o de cementerio de pueblo.

8.38 incluye muchísima metaliteratura (rebosa anécdotas de escritores y referencias a libros, con citas a veces excesivas), metaficción (convierte en tema la imposibilidad de escribir una novela sobre la Guerra Civil Española) e intertextualidad. El proyecto parece suicida. Ante la indiferencia general (sólo algunos lectores con radar incesante, como Vicente Luis Mora o Álvaro Colomer, detectaron las novelas anteriores del autor), las opciones más obvias eran la rendición o la concesión. Es decir, ante los pocos lectores con que contaba su obra, Rodríguez podría haberse retirado o haber dulcificado sus relatos. En cambio, dobla la apuesta y no sólo escribe una novela nuevamente exigente, sino que encima la trufa de alusiones directas a las que la precedieron y que casi nadie leyó. O está loco o es un genio o simplemente estaba esperando su momento. Una editorial que le ofrezca otra recepción. Y es muy posible que al fin la haya encontrado.

8.38 es una novela juguetona y desconcertante que se lee de un tirón por su capacidad para generar vueltas de tuerca conceptuales, para sorprender con brillantes reflexiones sobre el arte literario y para abrir digresiones que conducen por igual al humor, al desafío moral (son muchas, tal vez demasiadas, las niñas sexuales, incluida la que dice haber violado repetidamente a su padre) o directamente al abismo.

“¿Sabes que en el entierro de Houdini nadie se marchaba?; por si salía de la tumba”, leemos en la página 153. Y durante las siguientes treinta eso fue precisamente lo que esperé. No llegó la magia final. Pero tal vez para trucos y sorpresas ya tenemos suficiente con Juego de tronos: a la literatura no hay que pedirle que “enganche”. Tampoco que “concluya”.

 

Luis Rodríguez, 8.38, Candaya, 2019, 188 págs.

9 May, 2019
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