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¿Cualquier vida admite o resiste ser puesta en juego en el ámbito público del teatro? ¿Qué características debería tener una biografía para volverse objeto de un espectáculo? Estas preguntas, en realidad, apuntan mucho menos a la trayectoria vital del biografiado que a lo que el teatro pueda hacer con ella.
Porque la vida del padre de Lorena Vega no parece revestir, por lo que se da a ver en escena, aspectos descollantes. Y, sin embargo, la actriz, directora y dramaturga consigue con Imprenteros volver excepcional la vida de un hombre común, jefe de una familia —común como él— del conurbano bonaerense, imprentero, hijo y padre de imprenteros y de la propia Lorena.
El hombre en cuestión está muerto. La imprenta que ha dejado y que se erige en el núcleo que aglutina todos los sentidos de la obra, a saber: el mundo del trabajo, los siempre complejos lazos de familia, la política, la sociabilidad en el cambio de milenio, fue usurpada. Lorena y sus hermanos tienen vedada la posibilidad de entrar a la que funcionó como una Arcadia dadora de identidad, porque los hijos del segundo matrimonio paterno lo impiden hasta el día de hoy. La obra se propone entonces restituir escénicamente el objeto ausente, la desposesión real, y es ahí cuando el teatro se vuelve una plataforma todopoderosa a la hora de lograr lo imposible. Y lo consigue.
A través de fotos, videos, audios, proyecciones y de un grupo de actores amigos, que harán las veces de los miembros de la familia Vega (incluida la propia protagonista), Imprenteros trae a la presencia nada menos que las vicisitudes de una familia real, con sus luces y sombras, afectada por los avatares de la historia reciente, los cambios de paradigma y el destino de su descendencia.
En un gesto de clara alianza que deja adivinar la forma inconfundible del amor, la protagonista convoca a escena a sus propios hermanos. El más reacio a aparecer en vivo lo hará fílmicamente, dejando un testimonio filial y fraterno que aporta memoria a la empresa de reconstrucción de la imprenta y a las vidas que allí se forjaron. El otro, trabajador gráfico por herencia y por elección, subirá a escena para imprimirle su pasión por el oficio, el saber del experto, la dignidad del trabajo, el valor de quien lo hace con sus propias manos.
En épocas de vidas líquidas, capitalismo financiero y logísticas inmateriales, en tiempos en que el trabajo es un bien raleado, Imprenteros se impone como una fuerza de resistencia. La coreografía del final, al reproducir el movimiento de los obreros operando sus máquinas, no sólo repone la figura del actor proletario soñada por Meyerhold, sino que nos deja la posibilidad de esperanzarnos con la recuperación de la dignidad.
Imprenteros, dirección de Lorena Vega, Centro Cultural Ricardo Rojas, Buenos Aires.
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