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Hace unos meses, cuando concluyó la serie Game of Thrones, aparecieron algunas reseñas dirigidas a describir la experiencia de ver las ocho temporadas juntas sin haber visto antes ni un solo capítulo. Esa exterioridad se señalaba como una implícita anomalía, la de desconocer el ciclo excepto por los efectos de su renombrada fama.
Leer El tiempo de la improvisación (Iván Rosado, 2019) de Alberto Giordano sin haber usado Facebook ofrece la oportunidad de explorar una experiencia similar. Al ausente en Facebook le cuesta apresar tanto la trama como los efectos de la famosa red, la experiencia de realidad extendida que se materializa en su interior. Sabe que existe, naturalmente, pero ignora los distintos hábitos, nociones y códigos internos que permiten un uso compartido entre sujetos afines.
Vale la explicación porque el subtítulo del libro, Fragmentos de un diario en Facebook, anuncia una doble pertenencia. Por un lado, a un género como el diarístico, que Giordano ha estudiado desde la crítica y la teoría, y por otro a una tecnología de composición discursiva, de circulación y lectura, como es la red Facebook.
Habría un tercer núcleo de referencia, los “fragmentos” del subtítulo, que presumiblemente aluden a la actividad propia del diarista —que el autor practicó con anterioridad a este nuevo libro—. Comparado con el peso propio de palabras como “diario” y “Facebook”, los fragmentos son embajadores de lo indeterminado, aquello que puede estar o no, eso que puede no sólo tener una forma recortada sino tambien el cuño de lo accidental. La improvisación del título vendría a operar, entonces, alrededor de esos tres géneros de discurso.
La improvisación parece ser, además, una moral del libro, lo impregna de un modo transversal. Por un lado la atención volátil del diarista, cuya concentración en tópicos no remite, en apariencia, a un programa prefijado sino a su soberano capricho, que vendría a ser la prerrogativa del género. Por otro lado, el desarrollo de muchas de las anécdotas descriptas —de la vida sentimental, hogareña, intelectual, mundana, libresca, callejera, familiar—que pelean con lo improvisacional, si puede decirse así, cuando se organizan como relatos.
Sin embargo, resulta enigmático que la relación entre improvisación y técnica esté prácticamente ausente como problema cuando el texto hace de la autorreflexión tanto una plataforma de emisión como un modo de discurso. Salvo, claro, que la improvisación sea la modalidad por defecto, un estado de naturaleza que deriva de virtuosas condiciones de escritura y de apropiación.
Como otros diarios de escritores basados en Facebook, también en este opera una tecnología que es excesiva respecto del formato diario. Excesiva pero no redundante, al contrario: es paradójicamente funcional porque posee un contrato —en general explícito— de enunciación y lectura que, si se tratara de un diario convencional, estaría ausente. El contrato de tecnología se planta frente a la autoridad del diarista, le ofrece la posibilidad de usar una mediación ahora material entre escritura y subjetividad. Porque evidentemente Facebook parece haber modificado más al diario como género que el diario a Facebook.
Aun cuando sean muchos los que miran con desconfianza a Facebook y tienen sus objeciones, por lo menos habría que agradecerle haber ocasionado —no es fácil encontrar la palabra— la escritura de esta fascinante y compleja textualidad; también polifacética: tiene el deseo de intervención del ensayo, la textura del testimonio y la confidencia de la página privada. Sería largo mencionar a todos los Giordanos comprometidos. Está el Giordano padre, amante, ensayista, hijo, moralista o profesor. Señalar a todos sería rebajar a los más importantes. Lo digo así porque la idea de jerarquía no es ajena a esta obra, al contrario. Hay un despliegue de arraigada idiosincrasia individual que refina la experiencia en términos selectivos, y que en general se condimenta mercurialmente con la presencia, en algún momento de muchas de las entradas, del Giordano atrabiliario.
Algo que llama la atención. Una interrogación ausente sobrevuela las diferentes asignaciones en la representación de la masculinidad y en las representaciones de lo femenino; lo cual, si problemático, acaso supone un tributo a la coherencia subjetiva delegada en el género diario. Pero aun así, extraña que mientras varias zonas de la experiencia y el discurso se someten a crítica o análisis continuados, aquella asimetría casi constante carezca de entidad o ni siquiera despierte alguna curiosidad en la mente del diarista.
Sobre todo porque una mayor atención sobre el tema no sería contradictoria con las reglas básicas del “intimismo espectacular”, como Giordano describe su moral compositiva de diarista en Facebook. El intimismo espectacular es apropiacionista, desvela al prójimo y su experiencia. El “informante”, pertenezca o no Facebook, debe aceptar esas reglas que contemplan escenificarlo. Y resistirse explícitamente es como mínimo prueba de lo contrario, o sea, un deseo de ser escenificado o hasta manipulado por el autor.
Como puede entender cualquier no afiliado a Facebook, el “intimismo particular” de Giordano trastorna los atributos del diarista para luego restaurarlos. Es posible gracias a Facebook. En la negociación con esas tecnologías de la escritura y de extensión de la experiencia, se apoya uno de los aspectos entrañables de este diario, su inmediatez.
En general, los tonos de las entradas son interrogativos o exploratorios. De manera que, como diario, se somete explícitamente a las reglas del ensayismo. El tono exploratorio es menos retórico que el interrogativo. Como se sabe, las interrogaciones en los diarios prefiguran o llevan inscriptas las respuestas, son más espectaculares. En cambio, la exploración puede ser más intimista y abierta a los resultados.
La exploración y la interrogación adoptan muy generalmente modos más fácticos. El recuento, por ejemplo, o la anécdota y la divagación. A medida que la lectura avanza, en ocasiones se ve acosada o hasta violentada por un rasgo interno a la economía de las entradas, que es el remate conclusivo, bajo la forma de admonición, dictamen o sencillamente juicio. Es verdad que la faceta moralista del diario y también el reconocimiento de Giordano a los grandes escritores moralistas están presentes todo el tiempo; pero dado que el libro hace de la incerteza y la ambigüedad disposiciones esenciales en el intercambio con la realidad, a veces el régimen de lo conclusivo amenaza con dejar fijado un sentido que la parte modular de la entrada no precisaba ni buscaba.
Las experiencias de la perplejidad y la ambigüedad recorren todo el libro, a la manera de serenas navegaciones ensayísticas y narrativas. Es tan grande la confianza de Giordano en la perplejidad que, en general, sólo la abandona cuando toma franco partido por lo ambiguo.
La mezcla de recuerdo íntimo y personal y mirada del mundo asociada al escepticismo de la edad precrepuscular produce una conmoción difícil de resumir y que pocos libros recientes alcanzan. Si no pareciera un clisé, podría decirse que es un diario conmovedor; aunque, claro, por motivos bien diferentes a los habitualmente asociados con esa palabra.
Por último, en este libro de Giordano me pareció reconocer una presencia más profunda que la de cualquiera de los escritores, músicos, cineastas o teóricos varias veces mencionados, en casi todos los casos con admiración y reconocimiento. Me refiero a Mario Levrero.
Siendo ambas escrituras tan distintas, las dos superponen la forma diario al fantasma de su inviabilidad. Ambos se valen de la empiria y de las señales de lo cotidiano, también de cierto prosaísmo, para revelarse como diaristas profundamente aplicados y al mismo tiempo distraídos en lo profano. Justamente, sospecho que la alabanza constante de Giordano a favor de aplomados diaristas oculta la ironía de testimoniar el momento de la cancelación del género, momento en el que Facebook acaso oficia como gran sublimador.
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