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“We had the experience but missed the meaning, an approach to the meaning restores the experience”. La cita de T. S. Eliot que Ricardo Piglia usa como epígrafe en Respiración artificial puede servir para aproximarse, de varias maneras, a la nueva novela de Mike Wilson. Ciencias ocultas empieza como un policial. Hay un cadáver, una habitación cerrada y cuatro personajes que llevan al extremo el ejercicio de la mirada: observan hasta perder el sentido. La lógica detectivesca termina por disolverse en una reflexión metafísica. ¿Se puede develar una verdad? O mejor: ¿puede el lenguaje develar una verdad? ¿Qué pasa cuando observamos demasiado tiempo un objeto, una habitación, un cuerpo? El intenso uso de la mirada es el arma hipnótica de Wilson: la descripción. Como en Leñador (2016), la descripción es el procedimiento que calibra la narración. Una operación que produce dos efectos de alto impacto: el enrarecimiento espacial y la suspensión temporal. Los elementos del género —enigma, sospecha, elipsis— se diluyen en la enumeración minuciosa de objetos, figuras e imágenes que hacen del caso inicial un punto de partida para un problema mayor: el intento (y el fracaso) del lenguaje por abarcar la totalidad. ¿Hasta qué punto podemos nombrar lo que nos rodea? El caos es el centro descentrado de la novela: el lugar donde no hay verdades para revelar, porque no hay respuestas. Ahí aparecen las ciencias ocultas, en dos niveles superpuestos; uno es temático y se relaciona con las sectas, el esoterismo, la magia negra y otros elementos que traen a la escena a un personaje clave de la literatura argentina, El Astrólogo —fragmentos del universo de Arlt o de Laiseca—. El otro nivel está más solapado y tiene que ver con la densidad de la lectura: no sólo importan los objetos observados, sino lo que estos objetos ocultan. La experiencia es un cadáver sobre la alfombra y el sentido está extraviado en algún lugar de ese cuarto inabarcable, pero el acercamiento se vuelve imposible: lo único que hay es caos. Y el caos no se puede nombrar. En su voluntad por representar la totalidad, la habitación de Wilson tiene algo del sótano de la casa de la calle Garay, donde Carlos Argentino Daneri guarda un secreto para Borges. Pero mientras la pequeña esfera luminosa se encuentra en un ángulo del sótano, la habitación funciona en sí misma como uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos. Se puede pensar que la novela de Wilson es experimental, pero su experimentación no abandona la trama para jugar con la forma. El misterio del cadáver sigue latente hasta el final, sólo que cambia de objeto: lo que comienza como misterio policial termina como misterio existencial.
Mike Wilson, Ciencias ocultas, Fiordo, 2019, 128 págs.
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