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Santiago, Italia

Nanni Moretti

CINE y TV

No es fácil sacar la emoción de la caja de los materiales de archivo, mucho menos condensarla en un par de imágenes sin tensar la cuerda de los lugares comunes y su perversión políticamente correcta, el golpe bajo. La confianza en que algo pueda suceder por sí mismo es el auto de fe de los buenos documentalistas, y el gran, enorme mérito de Nanni Moretti es reafirmar que esa posibilidad sólo puede darse respetando la hondura del tiempo que nos aleja del acontecimiento elegido. Reavivarlo no implica “sacudirlo” —como hace, en la vereda opuesta a la del italiano, ese cronista de sucesos llamado Michael Moore— sino asumir su propia consistencia e interioridad para transportarlo de regreso hacia nosotros en la voz y la imagen de sus protagonistas. La intención de Moretti es evitar que el recuerdo muera, fijarle las condiciones para un nuevo despertar, redibujar el mapa de la experiencia humana y sentarse a ver la asombrosa transformación de los protagonistas que vuelven a recorrerlo y tienen la dignidad —y la valentía— de compartir ese trance con nosotros, en este caso, los perseguidos políticos que, en 1973, poco después de la caída de Salvador Allende, encontraron refugio en la embajada italiana en Santiago de Chile. Vuelven las voces y los rostros, entonces, pero también el tono coral de una historia que se desintegra en miles de partes apenas ocurrida la tragedia, y se recompone años después en el exilio o en la cárcel para reencontrarnos ahora, en la pantalla de cine, en otros tiempos y otros lugares. El trabajo de Moretti es sanador, porque cura el recuerdo en el doble sentido de la palabra, el clínico, al velar la herida, y el artístico, cuando nos enseña —sin didactismos, pero sin renunciar a los énfasis que la tarea le requiere— todas las maneras en que podemos asomarnos al momento de formación de una cicatriz emocional. El espacio narrativo de Santiago, Italia es el de ese dolor consolidado pero difuso, asimilado pero abierto —que sube por las mentes y los cuerpos y lleva cada uno de los testimonios a una significación nueva y extraña con respecto a su probable intención original—, y la de Moretti es una proeza formidable que esquiva cualquier atajo ideológico para espiar con todo el pudor y el respeto del mundo el instante definitivo en que el ser humano descubre, una vez más, que la memoria no es una substancia controlable. “Yo no soy imparcial”, dice Moretti en una escena determinante, y esa frase no es sólo una de las más grandes de la historia de su cine, sino el condicional humano que puede resignificar todas sus películas. Las que ya vinieron, obviamente, pero sobre todo, y por suerte, las que esperamos que estén por venir.

 

Santiago, Italia (Italia/Francia/Chile, 2018), guión y dirección de Nanni Moretti, 80 minutos.

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