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Una lluvia de meteoritos de dimensiones estelares como la que acabó con los dinosaurios en nuestro planeta es lo que llaman invierno de impacto. Pero también la muerte inesperada de la más maravillosa de las mujeres —la eximia pianista internacional y madre del protagonista— puede vivirse de la misma forma. Porque para alguien “que está siendo escritor” de ciencia ficción, lo infinitamente pequeño y lo inmensamente grande se corresponden, y de lo que se trata es de construir mecanismos —virtuales, simulados, defectuosos o entrópicos— que, mientras se preguntan por el sentido de lo real, juegan a proyectar escenarios futuros.
Y en el pequeño universo de quien está siendo escritor, Alexander “Lee” Tremols, hay una madre estrella —en todos los sentidos posibles—, un hermano perdido en tiempo y espacio, dos hijos pequeños y distantes, un escritor fantasma ultra esnob, una mujer de una belleza imposible, una estatua reconvertida en tótem, un artista plástico profanador de tumbas y algunos personajes oscuros, guardianes del orden internacional, que enturbian una trama que se despega, apenas, de lo real, para construir una figura circular que encuentra en el número 666 su imagen más lograda. Una figura circular y laberíntica que recorrerá tanto la historia de las guerras púnicas como la fiesta de cumpleaños de Borges, que reflexionará, una y otra vez, sobre el estatuto de lo real mientras intenta olvidar a aquella mujer sublime en los brazos de otras, que buscará —en una dimensión entre policial y de espionaje, con el telón de fondo del terrorismo yihadista— descifrar el enigma de la desaparición de una mujer y, en una puesta en abismo (otra figura del fantástico), leerá en el manuscrito de una novela de ciencia ficción, Invierno de impacto, las claves de lo que mueve a esas “máquinas de reproducción y muerte”, en este mundo que habitamos.
Y en este espacio circular y anillado, los personajes parecieran estar fuera de foco, y mientras portan nombres ligeramente deslocalizados —algunos, extranjeros y otros, propios de autómatas o androides—, hablan una versión del español más parecida a un doblaje. Un estado de la lengua cada vez más extendido en la literatura argentina contemporánea, que nos hace añorar un poco a Roberto Arlt.
Pero la buena ciencia ficción no sólo se hace las mismas preguntas que la filosofía. También se interroga por los mecanismos del arte y la creación, llevando la analogía borgeana entre dios y el autor a la categoría de tópico. Klikor, el nombre que el narrador le da a una estatua fabricada con restos arqueológicos de un cementerio de niños y que reconstruye cuando se rompe, pegando sus pedazos, será tanto su musa inspiradora, representación del mundo como simulación de su creador o imagen de la propia novela como la suma de fragmentos. Algo así como el intento de ofrecer a la literatura un objeto nuevo con los restos de un mundo al borde de la desintegración.
Bob Chow, Invierno de impacto, Entropía, 2019, 164 págs.
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