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Como dice Carlo Levi en el epílogo de esta novela, el lenguaje es un bicho raro, un concepto escurridizo que rara vez obedece a la lógica o a las buenas intenciones. Pero como es también una fuerza poderosa, es importante que sigamos experimentando con él. Es esa intención la gran virtud de Vikinga Bonsái, aunque no de la manera en que aparentemente se destaca en la mayoría de las notas que he visto sobre el libro. Cuando uno lee frases así: “Solsticio de invierno, veinticinco grados a mediodía: toda la humedad continental chorrea sin recato ninguno, en completa desvergüenza extravagante sobre la pobre ciudad, que discurre acomplejada bajo paso semejante. ¿Es normal? ¿Qué dicen les científiques? Consultas pedestres de gente decente”, lo que llama la atención no es precisamente que haya “e” donde tradicionalmente va “o”. Ana Ojeda ha desplegado un estilo original, poderoso, vertiginoso y a veces irritante (particularmente los hashtags) con el que logra comunicar de manera muy efectiva una versión distintiva de la experiencia cotidiana. En medio de todo ese caos virtuosístico, el hecho de que también use lenguaje inclusivo pasa casi desapercibido de la mejor manera: demuestra lo que es posible y lo fácil que puede ser el cambio.
Vikinga Bonsái es efectivamente una comedia romántica invertida. En vez de un sujeto buscando un amor, que eventualmente llega a concretarse, rodeado por las verdaderas estrellas del relato —amigas locas cuyos nombres resultan igualmente extravagantes, posiblemente avatares digitales tipo Instagram, otro personaje prominente en el libro—, la personaje epónima muere en las primeras páginas del libro. En vez de apoyarse en sus altibajos sentimentales, las amigas en cuestión se encuentran obligadas a asegurar que su ausencia repentina no conduzca a desastres mayores, particularmente con respecto a su hijo preadolescente, a quien tienen que cuidar hasta la vuelta de su padre de un viaje a la selva paraguaya donde, convenientemente para la trama, toda comunicación es imposible.
Por suerte, a pesar de las circunstancias trágicas, nuestras amigas, todas en la etapa principal de la mediana edad, son bastante egoístas e inmaduras (a niveles casi sociopáticos) como para pasar por alto toda insinuación de duelo o contemplación y adentrarnos en un torbellino doméstico sumamente entretenido, mientras enfrentan los siguientes siete días (la estructura también refleja un concepto del tiempo enumerado por Levi en el epílogo) que tienen que pasar antes de la vuelta putativa del marido. Los desafíos son principalmente de naturaleza logística: los niños deben estar cuidados, alimentados y bañados (o no); los horarios del trabajo y el colegio tienen que estar cumplidos (o no); con los maridos hay que lidiar (o no).
Tomada en sus propios términos, Vikinga Bonsái es una novela fascinante y divertida. Sin embargo, puede ser que el lector quede un poco desilusionado: un lenguaje/estilo tan único y vibrante, lleno de alusiones, referencias literarias y bromas oscuras, sería capaz de describir cualquier cosa. No está muy lejos del delirio pynchoniano o cortazariano —personalmente esperaba que en cualquier momento las amigas emprendieran su propio viaje a la selva en busca del padre errante—, y parece una pena que el foco haya quedado limitado a un departamento en Boedo.
Ana Ojeda, Vikinga Bonsái, Eterna Cadencia, 2019, 140 págs.
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