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En un artículo sobre Amy Hempel, Chuck Palahniuk dice que siempre prefirió no conocer en persona a sus autores más admirados, por temor a desilusionarse. Sin embargo, cuando por fin tuvo la oportunidad de cruzar unas palabras con Hempel, descubrió que el mismo espíritu gracioso de sus relatos habitaba en la persona de carne y hueso. Hace poco, Lorrie Moore fue invitada a Buenos Aires por el FILBA y su visita tampoco rompió el hechizo, acaso lo regó de más magia, y coincidió con la reciente edición en castellano de su libro de ensayos, reseñas y crónicas, A ver qué se puede hacer. Ese título, que habla de ella tanto en su oralidad como en su escritura, es una referencia a una frase de Henry James, a quien Moore en sus ensayos nombra y cita más de una vez. La frase pertenece a un relato, “Los años intermedios”, protagonizado por un escritor que cerca del final dice: “vivimos en la oscuridad, hacemos lo que podemos, damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión, nuestra tarea. El resto es la locura del arte”.
En el prólogo del libro, Moore cuenta que Robert Silvers, el editor de The New York Review of Books, le enviaba los libros a reseñar con una nota que, invariablemente, finalizaba con la siguiente propuesta: “A ver qué se puede hacer”. Y lo que ella hace en estos artículos, que van desde el año 1983 hasta 2017, es desmenuzar, con el mismo tacto y delicadeza con que un artista japonés acomoda un ramo de flores en un florero, no sólo la obra literaria de sus compatriotas y contemporáneos (Philip Roth, Kurt Vonnegut, Amos Oz, Anne Beatty, Norah Ephron), sino también series de televisión (The Wire), películas taquilleras (Titanic), artistas de la cultura de masas (Miranda July, Lena Dunham), escritoras de culto (Clarice Lispector) y acontecimientos históricos (el affaire Clinton-Lewinsky, el atentado a las Torres Gemelas). Para escribir sobre cualquiera de estas cosas recurre a las mismas herramientas que en sus textos de ficción: asocia palabras con imágenes, imágenes con sensaciones, toma ejemplos de su vida, investiga las vidas de los otros, corta de un lado y del otro y después une, de modo que, más que una opinión o un juicio sobre lo que lee u observa, lo que obtenemos es una sensación, algo así como una copia viva de la sagacidad con que ella las experimentó.
Lo interesante de estos textos es que la Lorrie Moore ensayista no deja de ser la Lorrie Moore narradora: están las frases encantadoras, la mirada ácida, a veces picante, siempre chistosa y no por eso menos dolorosa. Están la preocupación constante por el amor, su realización y su imposibilidad, y el modo en que autores como Alice Munro o James Cameron lo representan; está la relación entre experiencia de vida y literatura; está la imbricación entre las pulsiones catárticas y enfermizas que empujan a algunos a escribir y los modos en los que esa misma escritura puede curar ―al que la escribe y también al que la lee―, y están las propias contradicciones, el pudor de admitirlas y la capacidad de reconocerlas y desplegarlas para ofrecernos, así, un mapa de ese accidente tan fascinante que es la cultura en que vivimos.
Lorrie Moore, A ver qué se puede hacer. Ensayos, reseñas y crónicas, traducción de Cecilia Pavón, Eterna Cadencia, 2019, 512 págs.
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