Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
En La diáspora (1988), primera novela de Horacio Castellanos Moya, un exiliado salvadoreño, recién huido de su país, deambula por la ciudad de México con la esperanza de obtener asilo político en Canadá. La historia transcurre en los años más duros de la guerra y culmina con el tipo tumbado de borracho, con el presentimiento de que su vida ya está arruinada. Veinticinco años y diez novelas después aparece El sueño del retorno, donde encontramos de nuevo en el DF a un exiliado, Erasmo Aragón, quien, a diferencia del otro, se propone regresar a su país, animado por la paz que presagian las conversaciones entre el gobierno y la guerrilla. La excusa del viaje es la fundación de una revista, pero lo que realmente busca es recomenzar su vida –con todo y promesa de dejar el alcohol–.
Antes de la partida, visita a un médico por un dolor en el hígado. El doctor, don Chente, resulta un personaje curioso, mezcla de sabio y charlatán. En pocas sesiones de agujas e hipnosis, el paciente puede volver al añorado vodka tonic, sustituyéndolo en las tremendas resacas que padece, eso sí, por cerveza y clamato. (Ningún escritor latinoamericano ha escrito tan bien sobre el después de una borrachera, lo que es un mérito no menor en un continente repleto de borrachos). La hipnosis también lo devuelve a su pasado, como se lo había advertido don Chente, con el propósito de recuperar recuerdos olvidados y sanar, al fin, viejas heridas. Pero estas regresiones, más que una vuelta a la inocencia o una reconciliación, resultan tremendamente violentas, al punto que Erasmo duda si su primer recuerdo es el de un atentado que sufrió su familia o un episodio en el que casi mata a un compañero del jardín de infantes. Si carácter es destino, como dicen por ahí, la fatalidad queda doblemente sellada cuando el proverbio se refiere a El Salvador.
Con su acostumbrada potencia narrativa, oraciones extensas que reflejan los ambages mentales de Erasmo Aragón y un humor que ya había ensayado en Baile con serpientes (1996) y El asco (1997), Castellanos Moya continúa con la construcción de un riquísimo mundo novelístico en que los personajes, cada uno perdido a su manera, saltan de un libro a otro. En El sueño del retorno, lo que importa no son las batallas olvidadas ni las escenas bélicas, sino las consecuencias morales y sociales de la guerra, a las que ningún salvadoreño puede escapar, aunque las formas en que se manifiesten varíen en cada persona. En este caso, el protagonista parece no perdonarse haber huido sin atreverse a tomar partido (como se lo reprocha su mujer en un momento dado) y se niega a aceptar que el regreso es tan imposible como en su momento lo fuera la partida. Por más que el tono sea más ligero que en otras obras del autor –como Insensatez (2004) o Desmoronamiento (2006)–, la conclusión de esta magnífica novela es igual de tajante: no hay futuro posible porque el pasado es demasiado.
Horacio Castellanos Moya, El sueño del retorno, Tusquets, 2013, 178 págs.
Después de la década de 1950, dice Carlos Monsiváis, el muralismo mexicano se traslada a los barrios chicanos de Estados Unidos. El stencil que ilustra la portada...
El hundimiento de un país deja ruinas y cascotes que tienen nombres propios. En el caso de Venezuela, son los nombres de las mujeres que perdieron a...
El primero de los diez relatos de este libro, “Mal de ojo”, podría funcionar como un perro lazarillo a través de sus historias enhebradas. En él, la...
Send this to friend