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El museo de la bruma

Galo Ghigliotto

LITERATURA IBEROAMERICANA

Como aproximaciones tentativas a un objeto fantasmático, existen varias maneras de ingresar en El museo de la bruma, novela artefacto del chileno Galo Ghigliotto. Claro que no por atravesar umbrales se está más cerca de acceder a algo. En una maniobra de escamoteo de la voz narrativa, el texto se presenta como la “exhibición parcial, acaso fantasmagórica” de la muestra original de un museo patagónico, a cuyo sospechoso incendio sobrevivieron como restos el catálogo y algunas piezas. El orden es dudoso cuando no inexistente, pero recién luego de la bienvenida, cuando nos enteramos de la organización de los materiales en tres salas que homenajean a ilustres infames como Julio Popper y Walter Rauff (responsables, respectivamente, del genocidio de los selk´nam y de la invención de la cámara de gas ambulante), y también a escritores como Bruce Chatwin y A. P. Maillard (en tanto fabuladores o coleccionistas de rarezas), comienza uno a entrever algo. Pero no es sino hasta observar atentamente el mapa del emplazamiento del museo cuando comienza a caer la ficha. Puesto que abarca la totalidad de la Patagonia, el museo ya no sería el receptáculo pasivo de objetos artísticos, sino el repertorio literal de los efectos de las prácticas culturales.

Una exhibición de atrocidades, sí. Ya decía Walter Benjamin que todo documento de cultura lo era asimismo de barbarie. El texto, sin embargo, trabaja más bien desde la documentalidad, esto es, incorporando piezas tanto reales como apócrifas, que desestabilizan las categorías de ficción y testimonio, de veracidad e invención; a la vez que realzan el artificio,  otorgan un suplemento de realidad. Hay testimonios, entrevistas, informes, fragmentos de diarios, crónicas, relatos, pinturas, objetos, etcétera, cada uno inventariado con su ficha técnica y una fotografía in absentia representada por un rectángulo blanco, con la excepción de aquellas piezas en las que aparecen los selk´nam, que sí llevan imagen, haciendo de este modo presente lo ausente.

La figura espectral de Walter Rauff permite trazar un recorrido posible. Terminada la Segunda Guerra, el oficial nazi comienza un derrotero por distintos países hasta radicarse en el sur de Chile. Durante un tiempo lleva una rutinaria vida común; sin embargo, se lo considera responsable, años más tarde, del diseño del campo de concentración de Isla Dawson durante la dictadura de Augusto Pinochet. La zona, precisamente, donde vivieron y fueron exterminados los selk´nam a comienzos del siglo pasado. Reflexionar en torno a Rauff, sombrío personaje de la historia chilena amparado por gobiernos tanto democráticos como dictatoriales, supone pensar la continuidad del exterminio civilizatorio que actúa en ambas direcciones de la flecha del tiempo.

Si todo museo se arroga un sentido, una dirección; si establece una línea argumental por muy diáfana que considere su incidencia, ¿qué narrativa construye un museo incompleto, caótico y provisorio (puesto que hay espacio libre para horrores futuros)? Podría decirse que una narrativa que no busque el obcecado ejercicio del recuerdo, sino que, como sostiene Mario Montalbetti, “trabaje contra el olvido generalizado”. En palabras de Giorgio Agamben: “Lo que exige lo perdido no es el ser recordado o conmemorado, sino el permanecer en nosotros y con nosotros en cuanto olvidado, en cuanto perdido, y únicamente por ello, como inolvidable”. Un recorrido de los tantos posibles en este museo de configuración inestable. No hay que olvidar que la bruma dificulta la visibilidad y que, además, está el humo de haber habido.

 

Galo Ghigliotto, El museo de la bruma, Laurel, 2019, 304 págs.

27 Feb, 2020
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