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Rescatar papeles de un autor que yace bajo tierra hace décadas y cuyo recuerdo sucede con muchísima más pena que gloria es una forma arriesgada de resucitarlo. Sólo cuando se cristalizan esos escritos en la coyuntura actual y lo único que sale de ahí es luz nueva, o novedosa, se sabe que el esfuerzo de devolverlo a la vida valió la pena.
Es el caso de Henri Roorda (Bruselas, 1870-Lausana, 1925). Humorista, profesor de matemática, pedagogo heterodoxo, anarquista, pacifista, antisistema, Roorda escribió cientos de columnas en revistas anarquistas y demás prensa de su época. Su humor e inteligencia disruptivos le aseguraban una audiencia fiel. Pero el suicidio lo borró de sus contemporáneos y de las generaciones futuras.
Casi nada de él fue traducido al castellano. Efectos de la educación moderna fue publicado en Buenos Aires en 1925 por una editorial anarquista. Luego, la obra entró en un anonimato aún más intenso. Recién en 1997, la editorial española Trama publicó el texto final de Roorda: Mi suicidio. Cuatro de esos ejemplares llegaron a Buenos Aires y de una librería de la calle Corrientes lo pescó Ariel Dilon, quien no sólo lo traduce ahora, sino que lo engorda con otros textos de Roorda, tamizados al castellano por primera vez. Así confecciona este volumen que se divide en tres partes o dimensiones que funcionan como una unidad (y todavía queda muchísimo por traducir). Para contagiar aún más su entusiasmo, Dilon le suma un estudio preliminar y notas al pie.
La primera parte, “Tómelo o déjelo”, apila una selección de las columnas de Roorda, casi todas escritas entre 1914 y 1918 desde Suiza, país neutral que no conoce de guerras pero sí de racionamiento de alimentos y del hervidero nacionalista y truculento en que se transformó Europa. Con su heterónimo Balthasar y su humor marciano, Roorda amasa a Dios, el dinero, al hombre primitivo, la inutilidad de la filosofía, el modelo de producción industrial, el capitalismo y el socialismo, la política, el feminismo, etcétera.
La segunda parte, “La risa y los que ríen”, es un extraordinario ensayo sobre la risa y sobre el papel del comediante. “Los caníbales tienen bromas que un misionero, por ejemplo, no apreciaría en lo más mínimo”. Hilarante, pero para nada liviano; al contrario, Roorda analiza lo que otros filósofos y pensadores clásicos escribieron sobre aquella y le agrega su ingrediente secreto.
Y la tercera es una carta extensa: “Mi suicidio”. En verdad, la quería titular El pesimista alegre, pero como el “público tiene un marcado gusto por el melodrama”, Roorda se apoya en ese tono para desarrollar los motivos que lo llevaron a quitarse la vida.
Democratizadas la palabra y la audiencia en la era digital, la proliferación de previsibles e idénticos articulistas resulta por momentos abrumadora. Roorda es un bálsamo contra este mal involuntario. Para todo tiene una mirada sutil y original, su pacifismo es contagioso y así nos lleva, sin que nos demos cuenta, de la risa que ayuda a digerir o cambiar el mundo hasta el suicidio como problema (o como solución).
“Antes de que tal o cual de esas obras indispensables hubiese visto la luz, la humanidad se ocupaba de sus tareas comunes y corrientes, igual que hoy. Si el autor hubiese arrojado su manuscrito al fuego, no habríamos sabido nada de él y nadie habría sufrido por eso. Pero si uno quisiera no publicar otra cosa que obras de real importancia, terminaríamos por no publicar más nada. Y muy pronto periclitarían muchas industrias”. Se agradece que estos textos hayan sido rescatados de las cenizas. Y al leerlos se podrá consignar que es mentira eso que dice Roorda. Porque sí hemos sufrido por no tenerlos, sólo que no lo sabíamos.
Henri Roorda, Tómelo o déjelo. La risa y los que ríen. Mi suicidio, traducción de Ariel Dilon, Paradiso, 2019, 308 págs.
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