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Sinónimos. Un israelí en París

Nadav Lapid

CINE y TV

El director israelí Nadav Lapid construye monstruos a la sombra de una condena borgiana: “las posibilidades del arte de combinar no son infinitas, pero suelen ser espantosas”. En Policeman (2011), combinó en un policía antiterrorista de Tel Aviv la frialdad burocrática del verdugo eficaz con la vulnerabilidad y devoción del padre primerizo. En La maestra de jardín (2014), alojaba a un poeta sublime en un niño de cinco años todavía analfabeto y confundía en su maestra la sensibilidad estética con el celo materno. Pero el protagonista de Sinónimos (2019), patriota fanático de un país ajeno, es hasta ahora su monstruo más perverso.

Yoav, condecorado soldado israelí, llega a París con el obsesivo propósito de convertirse en francés. De su pasado israelí (que apenas vemos en pantalla) destacan tres notas: primero, un trauma que nunca se llega a narrar, pero que suponemos ligado a la experiencia del soldado; luego, la historia familiar (un abuelo lituano que emigró a la Palestina británica, cuya familia no sobrevivió el holocausto y que, como prefiguración simétrica de Yoav, renunció a su ídish materno en favor del hebreo); finalmente, la fascinación infantil con la figura de Héctor, el príncipe troyano de la Ilíada. Hay mucho de héroe épico en la figuración de Yoav, que exhibe desnudo su cuerpo escultórico en un treinta por ciento de la película —según estimaciones del propio director—, y Héctor ilumina, con sus contradicciones, la utopía de la sinonimia (propuesta en el título) al combinar, monstruosamente, valor, indecisión, responsabilidad, miedo, inmolación. Paradigma timocrático del patriotismo, deja a su familia para volver al campo de batalla donde sabe que va a morir, combate con honor, pero también da tres vueltas a la ciudad huyendo de Aquiles antes de enfrentarlo. Cuando Yoav renarra la anécdota en París, un compatriota señala que Héctor es, simplemente, un cobarde. Pero el dato más monstruoso, en el contexto del conflicto palestino-israelí, es que al ofrecerle sus padres a Yoav el modelo heroico de Héctor, invitaron una identificación con la nación invadida.

La primera forma de renuncia de Yoav es al hebreo: apenas accede una vez a volver a su lengua, para emitir insultos que su interlocutor no comprende. Patria y lengua son dos de los vectores que Yoav busca sustituir, reemplazar por alguna alternativa que quiere entender como radicalmente diferente, pero que resulta funcionalmente equivalente. El mayor esfuerzo de la película es poner en escena el perfeccionamiento del francés de Yoav —reflexionando, en el fondo, sobre la posibilidad de la sinonimia—. Así, lo vemos memorizar sinónimos que obtiene de un diccionario “bueno, pero liviano” (todo en él se vuelve portátil) que compra apenas llegado. La primera de estas rutinas de memorización nos da una lista de adjetivos insultantes —“odioso, repugnante, fétido, obsceno, vulgar, lamentable, sórdido, grosero, bestial, ignorante, malintencionado, nauseabundo” — que Yoav internaliza, como nos enteramos inmediatamente después, para calificar al Estado de Israel. Émile, su nuevo amigo local, le responde: “Ningún país es todo eso a la vez. Elegí”, con lo que de alguna manera desbanca la premisa de la película y predice el fracaso de Yoav: no hay sinónimos. Nunca puede ser lo mismo una palabra que otra, un país que otro, un patriotismo que otro, una vida que otra. Hay que elegir. La nueva vida de francés que Yoav se pone como objetivo no puede reemplazar la que tuvo, sigue teniendo y volverá a tener en Israel, y la última frase que emite el personaje en la película da la medida del desconsuelo ante esta conciencia: “No tenés idea de la suerte que tenés de ser francés”.

 

Synonymes (Francia / Israel, 2019), guión de Nadav Lapid y Haim Lapid, dirección de Nadav Lapid, 163 minutos.

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