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Deje un mensaje después del tono

Mario Arteca

LITERATURA ARGENTINA

¿Hay mensaje después del tono o lo que se quiere decir está ahí, comprimido, en una respiración que busca imponerse pero se corta antes de empezar? Esta podría ser una de las preguntas que Mario Arteca formula en su nuevo libro, otra pieza del rompecabezas que viene armando hace años a través de recuerdos, citas, discursos, interrogaciones y fragmentos de una lengua que siempre desplaza su centro. Con disciplina marcial, Arteca cumple la recordada premisa de William Burroughs: usar el virus del lenguaje como antídoto. Sus libros son conversaciones empezadas, llamadas con interferencia, teléfonos descolgados (una imagen que cabe sólo en la memoria), donde se desnuda el lenguaje con más lenguaje y se revela un sentido: las palabras nunca alcanzan pero siempre acechan. “Aquello que dice que la poesía es una rebelión contra el artificio no siempre deja buena sensación en la boca, y porque lo que llamamos artificio se diluye en el instante mismo en que ponemos en marcha las palabras, aunque no escribamos una letra de más”, dice en el poema “Empujón”.

Entrar al universo de Arteca es nadar en el mar de noche sin vislumbrar la orilla, sólo atento al movimiento del cuerpo que se sumerge en una incertidumbre buscada. Como quien abre el álbum familiar y no termina de reconocerse en las fotografías. Arteca escribe sobre la familia, los amigos y la muerte del padre, pero la voz no es central, no ordena, sino que está siempre fuera de lugar: en la mirada de los otros, en los gestos que se cristalizan, en las frases entrecortadas que no expresan mensajes sino tonos de algo que se quiso decir y quedó a medio camino. Todo está por decirse y todo fue dicho en la medida en que la voz repone o deja morir el sentido extraviado. La voz transita la fragilidad y, a la vez, es esa fragilidad. Hay una tensión constante en los poemas, que no se resuelve, entre la apertura de las preguntas (“¿Qué se debe hacer en el instante en que una parte de la realidad asume el rol de no ser convocada, pero está frente a vos, ya no desafiante, sino exhausta de saberse reflejada?”) y las sentencias definitivas: “Todo asedio tiene su final, y el tuyo ha comenzado”. En ese espacio ambiguo, donde algo no termina de enunciarse pero ya empieza a disolverse, se erigen los poemas del libro: edificios que se derrumban.

El libro de Arteca no forma parte de una serie sino de un rizoma que, a la manera de Aira, se expande por diversos catálogos editoriales sin jerarquía o sistema de valor. Es una escritura que avanza hacia su extinción pero se regenera antes de desaparecer. Leer a Arteca es como escuchar a Scott Walker: las cosas no empiezan ni terminan, suceden. Después, queda recordar el tono o “allanar de una vez el silencio para saber qué dice”.

 

Mario Arteca, Deje un mensaje después del tono, La Comuna Ediciones, 2019, 108 págs.

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