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Biblioteca bizarra

Eduardo Halfon

LITERATURA IBEROAMERICANA

Más de una vez Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) ha reconocido que, para él, “toda ficción es autoficción”. Esta declaración se hace palpable en cada uno de los ocho apartados de Biblioteca bizarra, y es así aunque la historia no trabaje directamente sobre su vida personal. A veces sucede de manera oblicua, como en el caso de “Los desechables”, donde se cuenta una experiencia de intercambio en Bogotá con ex drogadictos rehabilitados. La estructura contrapuntística se construye a partir de preguntas que le hacen al escritor y que son contestadas con los testimonios de los mismos encuestadores. De esta manera, la figura del personaje se evapora para darle densidad a la historia (de drogas, muerte y salvación) que se quiere contar.

Otro ejercicio de contrapunto se ejecuta en “Halfon, boy”. Aquí tiene lugar la crónica de los días previos al nacimiento de su hijo en una clínica de Nebraska y la traducción de poemas de William Carlos Williams. Lo que Halfon hace es escribir una misiva a su hijo, en la que registra lo que significa convertirse en padre: los temores en torno al acervo hereditario (“rezo para que no heredes mis alergias de rinitis, ni mi calvicie prematura, ni mi carácter neurótico, ni mi propensión a marearme en carros y barcos y aviones, a desmayarme con sólo ver o imaginar sangre”), las consideraciones previas a enterarse de que iba a serlo (“Yo ya no esperaba ser padre. Me convertí en tu padre por accidente”), entre otras confesiones entremezcladas con el oficio de traductor. Esta sección del libro es quizá la más emotiva del conjunto.

Sin dudas la más ingeniosa es la que da título al libro y que comienza con pequeñas anécdotas de bibliotecas que el autor conoce: la biblioteca judía de su abuela, la biblioteca pirata de una amiga peruana, la biblioteca blanca de Patrick Deville, la biblioteca ciega de Eratóstenes, etcétera. En “La biblioteca de cabecera”, cuenta como su finado amigo Bruno Sanders llevó a cabo la escritura de los libros que sus personajes predilectos de las ficciones (Launcelot Canning, Piovasco de Rondò, Peter Kien) dicen escribir en estas; es decir, Sanders materializó una biblioteca apócrifa escribiéndola él mismo.

La memoria de su infancia o de su exilio forzado por la violencia que pervive en Guatemala, tiempo después de la dictadura, forma parte de este libro heterodoxo (que no es una novela, ni una crónica, ni un libro de cuentos) y heterogéneo (se anotan recuerdos, experiencias de traducción, visitas a amigos, nacimientos, entrevistas y más). Lo que queda claro es que siempre está rondando la afirmación del principio de que toda ficción es autoficción, y en el caso de este libro en particular, de que toda autoficción se revisita como quien asiste a una biblioteca desconocida: en un primer momento puede parecernos bizarra, pero poco a poco su familiaridad nos termina envolviendo para convertirnos en una parte visceral de ella.

 

Eduardo Halfon, Biblioteca bizarra, Ediciones Godot, 2020, 96 págs.

14 May, 2020
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