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El pez da la vuelta en la esquina de la pecera y sus ojos se encuentran con los nuestros. Son los ojos tristes de un robot triste. Atrás, nos señala la cámara, brilla la piel de plástico del recepcionista, que sonríe. Incluso en medio de la falsedad que despliega este hotel atendido por androides podemos encontrar destellos que recuerdan el otro extremo, el de lo real. Entonces, por fin, sabemos que estamos viendo una película de Herzog.
No hay que esperar demasiado para entender el mecanismo de Family Romance, LLC (2019), aunque sí para encontrar sus mejores momentos. Estamos ante un acercamiento directo, sin jactancias ni ornamentos, a una premisa casi increíble, tanto como un barco de vapor atascado en la selva o un ambientalista amateur devorado por osos, aunque quizá los supera: una empresa en Tokio alquila personas para satisfacer las necesidades afectivas de sus clientes. Herzog sigue conquistando lo inútil, pero ahora avanza sin apasionamientos, a ratos con demasiada modestia: con pequeñas viñetas, el director alemán construye un paisaje de almas solitarias, que en el momento de la representación se convierten en personas más felices y completas. No hay actores activos ni espectadores pasivos, sino participantes de una mentira consensuada, un dispositivo sobre el que Herzog ha vuelto una y otra vez y que, por lo demás, ¿no es la definición del cine mismo?
Alguien quiere un padre que la lleve al altar, otra mujer solicita un puñado de paparazzi, un hombre requiere que un sustituto reciba los regaños de su jefe por él. El hilo que une las historias es la relación que establece una niña de doce años con el actor que encarna a su padre, Yuichi Ishii, contratado por su madre soltera. El intérprete es, en la vida real, el propietario de Family Romance, lo que da otra vuelta al rizo en ese juego de representaciones con el que el director, fascinado, nos confronta con la fragilidad de nuestras certezas.
Una idea clara de la simplicidad define el filme. La intención es mostrar para luego zurcir, secuencia tras secuencia, un tejido casi transparente que deja asomar las emociones de los protagonistas, todos sin experiencia previa frente a las cámaras. Planos medios y acercamientos ocasionales a los rostros para no mirar demasiado el entorno, aunque se trate de un Tokio idílico, con cerezos en flor (un desvío inevitable: ni siquiera Herzog se libra de la tentación de captar con un dron las esplendorosas copas rosadas) o una estación del tren bala impecable.
Filmar con poquísimos recursos, con actores no profesionales y sin controlar las locaciones, otorga un aura documental que ha desconcertado a más de uno. Quizá se olvida que el director ha hecho de sus procesos filmes en sí mismos, al utilizar métodos que propician un diálogo intenso entre ficción y realidad. Es conocida la historia del rodaje imposible de Fitzcarraldo (1982), pero también debe recordarse la elección de un músico callejero para el rol principal en El enigma de Kaspar Hauser (1974), el famoso Bruno S., o el reparto entero de Corazón de cristal (1976) actuando bajo los efectos de la hipnosis. En todos los casos el cineasta ha buscado lo mismo: borrar las fronteras de la representación.
Después de algunas cintas para el olvido, Family Romance, LLC es una buena noticia en la filmografía tardía de Herzog. Su modestia exige paciencia, pero a cambio regala momentos de verdadera revelación, que no se veían desde Enemigo interno (2009). Un teléfono en una piedra junto al mar y una mujer que, quizá, llama a un muerto. ¿Alguien se acuerda de la realidad?
Family Romance, LLC (Estados Unidos, 2019), guión y dirección de Werner Herzog, 89 minutos.
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