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Insomnio es el nombre de nuestra angustia de hoy, la palabra que evoca el sueño vuelto escaso producto de mercado, perdido en la trama de negocios tejida por la biomedicina y la economía digital. Darian Leader identifica la ansiedad y la tristeza de la vida urbana moderna con una falta de sueño que se vive como la pesadilla capitalista por definición: el anhelo de captura, el deseo de hacerse de algo que no se podrá comprar por más que se disponga de todo el dinero del mundo. La era de la comercialización total del sueño no se caracteriza por las variables o las posibilidades de su consumo, sino por el negocio a escala planetaria que lo dosifica aumentando o disminuyendo nuestras posibilidades de desconectarnos de la infoesfera en el exilio sombrío de la vorágine 24/7. Las intensidades, los ritmos, las frecuencias del insomnio moderno se vinculan al sueño como “apéndice” o prótesis del trabajo de la gig economy, pero tienen su origen en la higiene del descanso que acompasó la Revolución Industrial y los trances hipnóticos de los soldados acelerados por las anfetaminas en la Guerra de Vietnam. El rendimiento de aquellos trabajadores/soldados se organizó sobre los ciclos día/noche porque era necesario despegarlo de la experiencia interior y vincularlo a la dimensión perceptible de la monetización, pero cuando el tiempo pasa a ser algo que se gasta o se consume, el sueño se transforma en el valor de cambio de la existencia mental.
El nexo entre ciclos circadianos y ciclos económicos, la intromisión del marketing en el curso del dormir, busca construir una interfaz común para el régimen de consumo saturado que tiñe el presente. Cuando Leader señala los más de setenta trastornos del sueño identificados hasta hoy y una idea distorsionada del tiempo como la estructura común de ese catálogo, no hace más que confirmar cómo las formas y fases históricas del dormir entran en conflicto con la tiranía de la atención contemporánea y sus focos más estridentes. ¿Cuántas horas de descanso se pueden poner al margen, de cuánto reposo podemos prescindir para mantener activa la pulsión consumista en una realidad caracterizada por la inversión de los procesos psíquicos? Imaginar un “sueño sano”, sostiene Leader, equivale a identificar su contrario anómalo o patológico, algo cada vez más difícil de lograr en sociedades reprogramadas clínica y farmacológicamente para indiferenciar los cambios de ritmo entre sueño y vigilia. El resultado es un aplanamiento letárgico de la capacidad de concentración, y la caída en un círculo vicioso de autoconfirmación crónica: cada vez se requieren más reguladores artificiales del sueño y mejoradores químicos del rendimiento porque las tecnologías que han suprimido (alterado, en el mejor de los casos) el espacio y el tiempo han logrado extender la lógica de los “espacios totales” al perímetro social. Cuando Erving Goffman afirmaba que una persona aislada en un hospital psiquiátrico actúa necesariamente de manera extraña y de esa misma manera confirma a los profesionales la necesidad de su internación, estaba anticipando la paranoia que Leader identifica hoy con el miedo a perderse en la noche sin objeto de un insomnio eterno, sembrado con las lluvias de luces artificiales de las grandes metrópolis mundiales y deletreado en las pantallas de cristal líquido de millones de celulares anclados a algo paradójicamente definido como “modo sueño”, pero que encubre, en realidad, el latido permanente, ininterrumpido, del caos informacional que nos traga. El paisaje inconsistente de la (hiper)modernidad tiene ese terror de ojos permanentemente abiertos como contraseña y sufre la espeluznante afección del dormir por un imperativo de velocidad que no lleva a ningún lado.
Darian Leader, ¿Por qué no podemos dormir? Nuestra mente durante el sueño y el insomnio, traducción de Albino Santos Mosquera, Sexto Piso, 2019, 232 págs.
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