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Lo que pasó en la Navidad de 1980

Paula Castro / Santiago Villanueva

ARTE

En la estética forense se dibuja un arco invisible entre los distintos métodos que le piden a una cosa que cuente lo que pasó. Un mismo impulso va desde los tribunales especiales de la Grecia antigua a cargo de los casos contra objetos inanimados  —una estatua que asesina a un atleta en Teágenes es declarada culpable—, hasta la evidencia de laboratorio que rige los parámetros probatorios de cualquier juicio actual.  En todos esos casos disímiles se presenta una prueba ante un foro que la interpreta.

La muestra Lo que pasó en la Navidad de 1980, de Santiago Villanueva y Paula Castro, montada en una sala que tiene algo de laboratorio de luz ultravioleta pero también algo de esos livings ochentosos con muebles de caña y mimbre que se pusieron de moda en los departamentos de la época, no intenta la reconstrucción de un caso, sino desviar la cuestión; recomponer las espirales de otra intriga: qué pasó y qué podría haber pasado con nuestra idea de museo después del robo de veinticinco obras del Museo Nacional de Bellas Artes, en su mayoría de la colección Santamarina.

Villanueva y Castro descomponen un episodio histórico más allá del dato, del escándalo y la curiosidad morbosa. Y nos hacen investigar las operaciones estéticas y modos de interpretación de una sociedad ante un robo de patrimonio nacional de arte europeo. Dos paredes llenas de fotos que fue tomando Villanueva a lo largo de los años muestran rincones donde se acumulan objetos sin el orden clásico de las exposiciones de museo nacional. Castro, como una morfóloga experta en formas, esqueletos y dibujos que subyacen a todo objeto, convierte jarrones robados de la colección Santamarina en muletas y andadores. Jarrones y ortopedia parecen cosas de mundos opuestos y sugieren movimientos contrarios si pensamos en una sala de exhibición. ¿Qué pasaría si todxs recorriéramos las muestras en muletas? A la vez, cabe preguntarse qué movimiento es más ortopédico, si el tradicional, de cuello siempre rígido frente a las obras, o el que se las llevaría por delante aprendiendo a andar en una sola pata.

Todo lleva a pensar que entre Villanueva y Castro se abre una idea de museo en la que sea posible —y más que posible, bienvenido— un daño al patrimonio cultural, sin que se trate de negligencia, otra forma de imaginar la destrucción.

Los expedientes de la sala reúnen el gran archivo de informes, actas e intercambios con la  Art Loss Register sobre el robo, que unx puede leer tiradx en el piso. Entre los recortes hay una carta de un lector de Clarín que, cinco meses después del episodio, se queja del descuido general y la desatención a la seguridad del museo tras haber visto “la presencia de menores en actitudes alarmantes, corriendo por las salas, resbalando sobre el piso, manoseando y pellizcando las estatuas, tocando los cuadros y muebles antiguos, colgándose de las cortinas hasta romperlas, etc. Incluso un chico se entretenía dando empujones a una silla metálica para bebés al lado de un grupo escultórico de mármol”. Curioso comentario de diario que, en su delirio civil, ofrece una imaginación más inspiradora que repulsiva. La disposición de las obras en esta muestra, tanto las fotos de Villanueva que imaginan museologías diferentes como las obras-aparato-ortopédico de Castro, piensan un espacio donde la relación con las obras sería diferente. Formas de museo en donde un robo no se notaría ni podría ser espectacularizado, un antídoto contra la estafa global y la tilinguería nacional, esa eterna opinión pública que piensa que las instituciones argentinas padecen una compulsión al descuido.

Lo que se propone sería más bien una especie de curaduría doméstica conceptual, sin que esté condenada necesariamente al “cositismo”, a lo amateur redundante. Después de todo, la muestra parece estar bastante atenta a lo que genera con su espacio expositivo, con la disposición y la cita de los materiales —caña del Tigre, espirales Fuyi, luz UV—  con la historia, la opinión pública, la escena porteña de arte actual, las fiestas, etcétera.

 

Paula Castro y Santiago Villanueva, Lo que pasó en la Navidad de 1980, Galería Isla Flotante, Buenos Aires, 13 de marzo – 4 de septiembre de 2020.

3 Sep, 2020
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